Enhebrando

Manuel González Mairena

Goleadas

Cuando Bécquer escribió su Rima I el fútbol aún no había llegado a nuestro país, de lo contrario, unos versos más abajo de "yo sé un himno gigante y extraño", habría escrito: suspiros y goles, colores y notas. En mi caso las notas se entremezclan con los colores azul y blanco. Un coro de ocho mil voces a orillas del Odiel. Voy muy bien acompañado. Mi hija y mi hijo no se despegan de una bufanda cuando hace 27 grados centígrados y no se tapan por la noche. Hace calor, me dice ella. Quítatela, le digo tirando de los flecos albiazules. No, me responde enfurruñada mientras aprieta contra sí misma esos colores. La temporada pasada no llegamos a utilizar nuestros asientos. Nos sentimos turistas contemplando un paisaje nuevo. Mi amigo Juanma, inseparable compañero recreativista, y yo nos pasamos medio partido buscando en los móviles los nombres de los jugadores. Desconocidos a los que acabaremos amando. Queremos amar y gritarles nuestro compromiso ilógico, en el sentido más literal: sin palabras. Los oe, lolololo, las palmas, como formas de afecto platónico. Junto a ellos, la rabia contenida, tembleques discontinuos, y una amplia galería gestual lanzada gratuitamente al aire del estadio. Todo por el éxtasis, el vuelo de papelillos. Esa adrenalina desbordante para la que no hay tratamiento de metadona: el gol.

En la quinta categoría futbolística uno ya debería ser consciente de ese milagro. No siempre se puede ganar por goleada. Amar también en la derrota. Levantarse por la mañana espoleado por la duda. Puede que lo excepcional esté a la vuelta de la esquina. Igual que perder, pero no importa. El deseo puede más que el daño. Así son las relaciones. Si flojeas, te animo. Si hay una incursión por la banda, me vengo arriba. Qué extraño todo. Es más, sabemos que las victorias son esporádicas y lo que cuenta a final de temporada es la suma de éstas. La vida se llena de partidos. Esta pandemia es un partido maldito. El domingo se jugaron dos: un equipo ganó en el césped, el otro no está ganado aún. Nada está perdido, queda tiempo para la remontada. La libertad individual es para espacios individuales, en los espacios comunes la persona se diluye en una comunidad. Yo también estoy cansado de consultar y cumplir las medidas impuestas, pero debe prevalecer el que nadie salga perjudicado. Esta victoria será nuestra. Queda menos, pero queda. Queda liga, y habrá ratos de hastío y hartazgo. Y seguro que la gloria.

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