La ciudad y los días

Carlos Colón

Genio y alegría de Matilde Coral

TODOS los años, por estas fechas, veo Sevillanas, de Juan Lebrón y Carlos Saura. Escribo "veo" y no "vuelvo a ver" porque una obra maestra siempre se ve por primera vez; y esta película lo es. Escribo primero el nombre del productor y después el del director porque sin el casi suicida empeño productor de Lebrón no se hubiera podido desplegar el talento de un Saura más velazqueño que nunca en esta película que para mí, junto a Flamenco, es la destilación de lo que durante una década, de 1981 a 1991, habían ido preparando Bodas de Sangre, Carmen y El amor brujo: la cumbre del musical español.

Los grandes momentos de Sevillanas son todos sus números, sin excepción: desde su arranque con los aires antiguos de las Corraleras de Lebrija y las sevillanas boleras hasta su culminación con una Rocío Jurado -tan años 30, tan lorquiana- cantando corraleras, pasando por las sevillanas bíblicas de Toronjo. Pero permítaseme quedarme con dos momentos: una trágica Lola Flores bailando a flauta y tambor, más mediterránea, más esa Ana Magnani que ella sabía que era y nuestro raquítico cine no le dejó ser hasta que llegaron Lebrón y Saura; y Matilde Coral dando cuerpo a las melancólicas y hermosas sevillanas de Pareja Obregón al bailarlas con Rocío Coral, con Rafael el Negro y con un mantón de Manila al que su gracia trianera hace cobrar vida.

"Se torea como se es", dijo Belmonte. También se baila como se es, pensaba mientras oía la estupenda entrevista que hace unos días le hizo Manuel Salvador a Matilde Coral en COPE Sevilla. Al lamentar que la bailaora no pudiera ir este año a la feria a causa de males familiares Matilde contestó con un quiebro estoico que encerraba tanta resistente sabiduría como sólo puede enseñar la vida; y tanta alegría vital como sólo pueden enseñar Sevilla y Andalucía: esa alegría sobre la que Luis Cernuda volvía a escribir, retomando su ensayo sobre los Quintero, cuando le sorprendió la muerte.

Ni un segundo concedió Matilde Coral a los males. Y sí muchos, y muy jugosos, a hablar con apasionada alegría del baile por sevillanas, de la feria, de la felicidad, del amor, de la sensualidad, de la belleza. A las jóvenes que bailan lacias les conminó: "¡Levanta los brazos, niña, y enseña los Picos de Europa!". Sobre la actual cultura popular expresó con cinco palabras más que un comunicólogo en un libro: "Lo popular está hoy cochambroso". Y sobre las sevillanas como danza de la seducción dijo: "Cuando las bailaba con mi marido era como si me entregara a él en cuerpo y alma". Es lo que en la película de Lebrón y Saura ha quedado capturado para siempre.

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