Quizás nunca sabremos si la mayoría de los jóvenes que han provocado los violentos disturbios de esta semana son antifascistas defensores de la libertad de expresión, como los define Echenique, o niñatos manifestándose por un delincuente que no tiene arte, como los ha calificado Díaz Ayuso, que de niñatos y de arte sabe mucho. Hay hechos que no admiten justificación, naturalmente, pero enredados en ese debate, se nos escapa el verdadero argumento de la obra: saber qué impulsa a jóvenes, con o sin carga ideológica, a liarse a mamporros con la policía; entender por qué están tan enfadados, qué hay detrás de su rabia. Puede que, una vez más, los árboles no nos dejen ver el bosque.

Seguramente, en estos largos meses de incertidumbre, los jóvenes han padecido más que los adultos pero no hemos sabido ni querido darnos cuenta. Su futuro es mucho más borroso y se han visto más afectados emocional y laboralmente: el paro juvenil ha subido desastrosamente, las secuelas educativas del Covid ya están empezando a dar la cara, y lo que venga será aún peor para esta generación Corona. El riesgo ante una crisis monumental nos iguala a todos, pero el impacto tan desigual, también a nivel global, vuelve a poner de relieve que aquellos que ya eran vulnerables ahora lo son mucho más. Y ahí es donde entran los jóvenes. Muchos de ellos no quieren saber nada y siguen metidos en su burbuja virtual, en su mundo de youtubers y consumo. Al sistema le interesa: es una forma de tenerlos entretenidos, que no den mucho la lata, que no alberguen ningún proyecto colectivo y mucho menos construyan conciencia de comunidad. Muchos otros ya quisieran poder estar entretenidos: viven cada día a la intemperie de la precariedad y la falta de horizonte. En ningún caso perciben apoyo en estos tiempos de necesidad. Encerrados en su mundo, desorientados, cabreados… La leña está amontonada desde hace tiempo y hay excusas o motivos en cada esquina, para encenderla. Suele pasar cuando se deja que los problemas se solucionen por sí solos.

Si a los jóvenes no se les ve, si no se habla de ellos más que cuando agarran un adoquín, ¿cómo vamos a esperar que la violencia no forme parte de sus argumentos? Ojalá tengamos un minuto de lucidez para entender lo que pasa, no como respuesta inadmisible, sino como una pregunta desgarrada y a voces. Mientras tanto, sigamos debatiendo sobre los límites de la libertad de expresión.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios