La esquina

Fumar no será un placer, sino un milagro

ESTOY totalmente de acuerdo con mi compañero Carlos Colón: aplaudo las medidas que se tomen para ayudar a los fumadores a desistir de su hábito y para garantizar la salud de los no fumadores. Disiento de él cuando afirma que "agradecería que existieran bares y restaurantes sólo para fumadores". Yo más bien exigiría que existan estas reservas para tal especie en vías de extinción.

Ya se veía venir que Trinidad Jiménez no iba a parar hasta quitarnos del tabaco, incluso a aquellos a los que un paquete nos puede durar una semana. No han pasado cuatro años desde que entró en vigor la ley antitabaco de Bernat Soria y la ministra de Sanidad ya ha confirmado que va a reformarla. Para endurecerla, claro. En 2010 se prohibirá fumar en todos los espacios públicos cerrados, locales de ocio y restaurantes (se podrá hacer en las terrazas y plazas de toros, menos mal). La ley seca en materia de nicotina, vía libre al consumo de alcohol.

Esta revisión va a perjudicar a todos aquellos empresarios de la hostelería y el ocio que realizaron obras en sus locales para adaptarlos a la legislación vigente y dedicar una zona a los adictos al tabaco; van dados si tienen la esperanza de que el Gobierno les indemnice por cambiar la ley que él mismo impulsó. No es eso lo peor desde el punto de vista colectivo. Lo peor es que el afán prohibicionista de los gobernantes -que no merma para nada el afán recaudatorio: se mantienen, cuando no se aumentan, los impuestos sobre actividad tan nociva como fumar-, que se evidencia acumulativo e insaciable, supone en algunas circunstancias una intromisión insoportable en la vida y los derechos de las personas. Se insiste autoritariamente en salvar a quienes no desean ser salvados.

Vayamos a esas circunstancias. Si el Estado protege con todos los medios a su alcance la salud de los no fumadores frente a la agresión de los fumadores, no hay nada que objetar. Es decir, volver a la situación anterior de que el vicio de unos pocos dañe la salud de muchos sería intolerable, regresivo e injusto. Pero, ¿por qué el Estado tiene que impedir coactivamente que unos individuos adultos acudan de manera libre y voluntaria a unos locales, a fumar como descosidos en unión de otros con la misma adicción, y sabiendo todos que se están envenenando? ¿A quién perjudican más que a sí mismos? Que dejen a los dueños de bares, tabernas, cafeterías y restaurantes elegir si abren establecimientos donde se pueda fumar o donde no se pueda fumar, y que sea la clientela respectiva, mayor o menor, la que decida en última instancia si hacen más o menos negocio. Descuiden: si no son rentables, los que permitan fumar irán cerrando solos.

Dice Trini Jiménez que hay un amplio consenso sobre las nuevas prohibiciones tabáquicas. Una vez más estoy en minoría.

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