Cuando agosto apretaba en su calor, me llegó la noticia. Cumpliendo las reglas de la Orden y el voto de obediencia debida a ella, el superior del Monasterio de La Rábida, el guardián del mismo, Francisco García, era trasladado a Sevilla.

Son muchos años ya, más de setenta, que los franciscanos rabideños han formado parte de ese círculo de amistad familiar que me honra y en los que he tenido ocasión de comprobar de cerca la entrega sacrificada en la humildad de muchos de ellos.

Mis primeras relaciones con los superiores del convento comienzan con el recordado fray Genaro Prieto, en los años cuarenta del pasado siglo. Desde aquella fecha hasta hoy toda una lista de nombres a los que Huelva y Palos de la Frontera deben el cuidado, la conservación de nuestra Rábida y la devoción secular a la Virgen de los Milagros.

Ellos me hicieron sentir el Monasterio como un segundo hogar y a sus moradores como esos amigos que entre oración y oración nos iban metiendo en el alma el amor a la Historia más bella que por la mar hizo España.

Los dos últimos superiores del convento, Luis Blanco y Francisco García, fueron los tenaces continuadores de la labor hecha por los anteriores, entre los que no olvido a fray Francisco Oterino.

El padre Francisco ha sido ejemplo de hombre bueno, prudente, humilde, cercano al pueblo, entregado a su misión religiosa y amante de la historia colombina a la que siempre dedicó su admiración entre los blancos muros del cenobio.

Durante doce años junto a nosotros nos ofreció la imagen de su saber, profundidad religiosa y buen decir en sus precisas homilías. Su marcha nos entristece a todos a la vez que nos regala, en un sentido grande de fraternidad franciscana, lo que es cumplir con obediencia el mandato de sus superiores. Su afable palabra, su sencilla sonrisa llena de amistad, se queda ya para siempre con nosotros.

Particularmente, quiero agradecerle siempre el magnífico espíritu de colaboración que me ofreció en la Real Sociedad Colombina, para continuar manteniendo viva la Historia, la amistad franciscana y el amor a Santa María de La Rábida, en su advocación de los Milagros.

Muchas gracias, fray Francisco, tu paso por La Rábida ha sido como los buenos vientos que impulsaron nuestra carabela franciscana en el océano eterno de nuestra Fe.

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