Al conflicto catalán lo hemos calificado muchas veces de "ceremonia de la confusión", ese término tan manoseado y oportuno en ocasiones. Pero en este caso es más, mucho más. Algo incalificable por su dramática confusión, sus siempre inquietantes perfiles políticos y sus consecuencias incalculables. Como quiera que sea ese desorden sigue y se acrecienta esperpénticamente cada día. Traumática y falaz fue la decisión de ERC y JxCAT sobre la aplicación en el Parlamento de la supresión de funciones de cuatro de sus diputados, en prisión provisional o en el extranjero -y por ello fuera de la acción de la Justicia-, perpetrada sobre un fraude de ley, como atestiguaron fuentes jurídicas. Algo habitual en quienes se proponen vulnerar leyes y estatutos, convirtiendo la Cámara catalana en una asamblea demencial de despropósitos y disparates.

La fractura en el independentismo es tan evidente como la grave reacción soberanista en las calles y el aliento del presidente Quim Torra, marioneta del cobarde fugitivo de Waterloo, el inefable Carles Puigdemont, quien tras presentar un ultimátum al presidente Sánchez, exigiendo que el Ejecutivo presente antes de noviembre una propuesta "concreta" para el ejercicio del "derecho de autodeterminación" o de lo contrario "el independentismo no podrá garantizar la estabilidad" al Gobierno en el Congreso de los Diputados, para al día siguiente enviarle una carta solicitándole un reunión y diálogo y un día después amañar una tregua para prolongar la insufrible pantomima que están protagonizando, aventando amenazas, chantajes y continuas contradicciones.

Oportuna fue la opinión del ex presidente del Gobierno Felipe González, afirmando que los independentistas catalanes, encabezados por el presidente de la Generalidad, están "en una especie de posición binaria" que hace "difícil" que haya una negociación, señalando que el Gobierno de Pedro Sánchez "intenta distender, hacer un esfuerzo de diálogo", pero "hay que saber si hay un diálogo que conduzca a algo".

En esta desconcertante situación, con un Gobierno en minoría, tentado por el desmontaje del instrumento judicial, debatiéndose en la ambigua equidistancia, el trauma del diálogo y los alardes de cara a la galería, la mejor referencia sigue siendo al discurso del rey, Felipe VI, el 3 de octubre de 2017, que contiene las líneas maestras para articular el conflicto y sentar las bases de la legalidad constitucional o la intervención de Inés Arrimadas en el Parlamento catalán enarbolando la bandera de España, que "representa a un país de ciudadanos libres e iguales" o si prefieren, la vía del humor, que nunca viene mal, lo que afirmaba el periodista Tomás Guasch en la entrevista que el jueves pasado publicaba nuestro periódico: "Muchos viven de esto y otros se han creído el cuento", referido a lo económico y lo político.

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