Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Finlandia con aceite de oliva

Quiero un Estado que proteja a sus ciudadanos, que no los discrimine y que haga que nos sintamos orgullosos de él

Cuando en los años 80 conducir un coche en una competición tenía el peligro que se supone que debe tener, empecé a interesarme por ese país del que poco más o menos apenas sabía dónde estaba. Ari Vatanen y Hannu Mikkola me convencieron junto a Keke Rosberg que el lugar donde se inventó la sauna, tenía una reputación de buenos pilotos que me engancharon a la historia de un país al que contribuí en su desarrollo económico con un teléfono móvil que era indestructible y que todavía echo de menos, porque servía para lo que supuestamente está hecho un teléfono, es decir, para hablar. Después me llamó la atención su historia de pelea feroz contra los imperios sueco y soviético -éste último con más mala leche todo hay que decirlo- por ganarse la influencia de unos paisanos que me da la impresión que lo único que pretenden es que les dejen tranquilos, con sus cosas. Les tocó reinventarse, asumir el reto de una nueva sociedad, mirar para adelante y encarar un futuro que pasa por la educación -los informes PISA nos ponen la cara colorá cada vez que se hacen públicos- y por una tecnología que debe estar a su servicio, no al revés.

Lo que no entiendo es cómo nadie, absolutamente nadie les pone como ejemplo. No he escuchado a ninguno de los mediocres que se presentan a las próximas elecciones citarles como ejemplo. Mientras unos se arropan en pestes decrépitas de imperios que ya pasaron, otros se declaran la quinta esencia de un liberalismo que no quiero ni en pintura. El sistema americano, para ustedes; no quiero que las empresas farmacéuticas, armamentísticas, de abogados de seguros o bancos controlen el desarrollo de un país que tiene a los mejores médicos del mundo y hay miles de personas que se mueren en sus hospitales porque no pueden pagar un tratamiento que existe y se aplica en ese mismo hospital.

Quiero un Estado que me cuide, que se comprometa con el desarrollo de todos, que nos proteja de las desigualdades, que vele por aquellos que tienen más dificultades y que se ven arrinconados por el sistema, que trate a todos por igual desde la escuela -allí no existen los colegios privados-, que no enseñe ninguna cruz a nadie, ni que bendiga a ningún santo por encima de otro y que no le de tortícolis de tanto mirar para atrás, un Estado que no dé vergüenza ajena, vamos. Después le añadimos nuestras cosas, nuestra gastronomía, nuestras relaciones sociales, nuestra manera de entender la vida, pero vamos a mirarlos más, hombre, que es posible que aprendamos algo.

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