Feudalismo

No debemos habituarnos a una dependencia que nos hará más miserables y sobre todo más cómplices

No hace mucho leí un artículo donde el periodista británico Paul Mason sostenía que el modelo capitalista se hacía trizas, por un lado porque el neoliberalismo había aniquilado la capacidad de influencia de la clase obrera, y por otro porque la revolución de las tecnologías de la información dejaba el valor de las cosas en parámetros desconocidos. En su artículo también especulaba sobre el peso que tendrá la inteligencia artificial y en cómo se debería reorganizar laboralmente la sociedad. Miraba a un futuro postcapitalista, previendo una modificación de los sistemas productivos y de las gobernanzas; en definitiva, pensaba cómo la irrupción de nuevos paradigmas nos obligaría a reinventar la sociedad, e incluso a situar derechos fundamentales. Pero por desgracia, la perplejidad ante la realidad tumba algunos sueños, y la perplejidad nos recuerda que aún debemos deshacernos de pústulas que no paran de salirnos.

Una de ellas. El descuartizamiento encargado por el señor feudal saudí, con la complacencia de los señores feudales vendedores de armas, y el vasallaje cómplice de las sociedades plagadas de parados ¿hemos vuelto al medievo?

Ante el asombro ante esta sucesión de barbaridades se me ha venido a la cabeza el feudalismo, y siendo algo postmoderno e ignorante, he pensado incluso en llamarlo neofeudalismo, pero claro, un término tan jugoso ya estaba inventado. Entre otras acepciones, la económica la definió Keynes como el contexto en el que la distribución de la riqueza produce un abismo entre ricos y pobres, provocando una diferencia enorme entre clases. También se define como la supremacía de las multinacionales sobre los Estados, dictando éstas las normas de convivencia. Es posible que la combinación de ambas, pérdida de hegemonía de los Estados y el aumento de las desigualdades, sea lo que nos ha traído aquí de nuevo. Señores feudales como Putin, Trump y los príncipes saudíes, con una capacidad de influencia desmesurada sobre estados feudatarios.

Tímidos e infructuosos esfuerzos, como el reciente de Alemania por alentar una posición común contra Arabia Saudí o el fallido intento de freno a la venta de armas por parte del Gobierno Sánchez, no hacen más que demostrar cuánto poder hemos dado a estos bárbaros. No debemos, ni podemos, habituarnos a una dependencia que nos hará más miserables, en sentido ético de la palabra, y sobre todo más cómplices.

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