Políticamente incorrecto

Francisco Revuelta

Felicidad competitiva

Uno de los principales argumentos que utiliza Desmond Morris para explicar la naturaleza de la felicidad en estos tiempos es que gran parte de nuestras actividades actuales son sustitutos simbólicos de la caza primitiva, con una evolución que ha ido desde su derivación como deporte hasta todas las variedades de juegos de balón, por poner algunos ejemplos. Sobre esta base fundamenta distintos tipos de felicidad, como la que denomina de finalidad, típica del emprendedor, la sensual, propia del hedonista, o la del dolor, que es la que busca el masoquista. Una de las primeras que aborda es la que llama competitiva, que la vincula con la que siente el triunfador. En esta modalidad, la felicidad no depende sólo del logro de una meta personal, sino que es necesario que, además, sea a costa de un rival que no consigue su objetivo, produciéndose entonces una sensación agradable surgida al contemplar o conocer la desgracia ajena.

Los debates de estos días me han hecho recordar los planteamientos de Morris. En principio, todo el mundo está de acuerdo en que es bueno para la democracia que se realicen, no sólo porque nos permiten conocer los programas electorales -los cuáles pueden obtenerse por otras vías-, sino porque es posible comprobar la capacidad de encaje de los candidatos ante las críticas y alternativas de los adversarios y no hay que olvidar que un político ha de tener habilidad para sortear obstáculos y salir airoso. Por tanto, por transparencia y salud democrática es una buena práctica, a pesar de que, según estudios, su incidencia en el voto, cuando son aislados, es pequeña ya que apenas mueven mucho más allá de dos puntos los resultados. No obstante, a juzgar por su desarrollo, todo apunta a que no se están llevando a cabo para la consecución de esos fines deseables sino más bien, exclusivamente, para ver si es posible disfrutar de esa felicidad competitiva del triunfador que goza viendo, simbólicamente, que su presa ha sido abatida. La profundidad en el abordaje de los temas -que no está reñida con un lenguaje asequible para la inmensa mayoría de la población- ha brillado por su ausencia. Lo mismo puede decirse de la exposición de modelos económicos, de seguridad y de políticas sociales. Sus materias correspondientes se han tratado únicamente a través de una escasa oferta de medidas concretas. Realmente, a lo que hemos asistido ha sido a simples espectáculos, encorsetados por todo lo pactado y con líderes necesitados de muchos apoyos a los que les falta la preparación y solidez que tuvieron otros anteriores, en todos los partidos. Todo ello con la intencionalidad añadida de fomentar un bipartidismo que empobrece la democracia.

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