La otra orilla

víctor rodríguez

Fatiga de solidaridad

Elúltimo informe de Cáritas, presentado esta semana habla, como casi siempre, sin paños calientes: ocho millones y medio de personas en riesgo de exclusión, un millón más que antes de la crisis, y advierte de lo que llaman una "fatiga de solidaridad", esto es, una sociedad estancada que poco a poco va arrinconando a quienes no tienen oportunidades para llevar una vida digna y, peor aún, unas políticas sociales cada vez más cosméticas que estructurales. Adiós al llamado "ascensor social", ese que permitía que hijos de familias humildes pudieran aspirar a un futuro mejor; hola a la xenofobia o, directamente, a la indiferencia.

La lucha por la integración de las personas con menos posibilidades se ha visto salpicada, como con otras tantas cosas, del tsunami individualista que nos invade. Muchas de las personas que colaboran, bien con aportaciones económicas, bien con voluntariado, justifican su acción no tanto por la persona beneficiaria, sino en ellas mismas: lo que voy a aprender, la soledad y aburrimiento que me quito, lo bien que me siento… hasta lo que me voy a desgravar en Hacienda. Se lleva mucho la actividad de impacto, esa de un día, muy colorida, muy de petos, globos y camisetas, esas experiencias, como se llama ahora, aunque luego, para lo más sórdido y oculto, las cárceles, acompañar a drogadictos, prostitutas, presos, gentes de la calle, no haya manera de conseguir personas que se comprometan, no una tarde de domingo, sino mucho más allá.

Me llegan a la memoria ecos de la acampada del 0,7% y sus huelgas de hambre, esa que corrió desde el Paseo de la Castellana de Madrid a muchos lugares de España y que aquí llenó la Plaza de las Monjas de jóvenes idealistas que dormían en la calle pidiendo que ese 0,7% del PIB se empleara en ayuda al desarrollo de los países empobrecidos. Perdonen la nostalgia, pero dudo que un movimiento así fuera posible hoy, en estos tiempos de "los españoles primero", "si están en la calle por algo será", "estoy harto de negros y moros que vienen aquí a vivir de las subvenciones" y otro tipo de comentarios que diariamente pueblan las redes sociales. Muchos de esos comentarios vienen de personas igualmente empobrecidas, de barrios humildes con altas tasas de paro. Pobres igual de pobres peleando por acceder a miserias. Seguimos empequeñeciendo nuestra visión del mundo y eso nos hace débiles.

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