Fanatismos

Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda odian la democracia y desconfían del parlamentarismo

Un escritor venezolano me contó que la única causa por la que mucha gente en Europa simpatizaba con la revolución bolivariana -o con la cubana- era que nunca habían tenido que vivir como un venezolano o un cubano de a pie. Cuando visitaban Venezuela o Cuba, estos turistas de la Revolución llevaban dólares -o incluso muchos dólares-, de modo que podían hacerse fotos frente a los retratos del Che Guevera y posar en los lugares más icónicos de la revolución, aunque luego volvían a sus hoteles de cinco estrellas o se iban a comer a los restaurantes para turistas a los que no tenían acceso los lugareños. En Cuba, por ejemplo, había unas diplotiendas que estaban muy bien abastecidas, pero en las que sólo se podía pagar con dólares. Y en Venezuela, un cartón de huevos vale casi tanto como el salario mínimo, que tiene que ser actualizado continuamente porque la hiperinflación venezolana ha alcanzado los niveles de los peores tiempos de la República de Weimar, cuando se llegaron a emitir billetes de un billón -¡billón!- de marcos.

Sí, ya sé que todos estamos un poco hartos de hablar de Venezuela, pero la semana pasada, en el Parlamento Europeo, la extrema derecha de LePen y Salvini votó a favor de Maduro, igual que hizo la extrema izquierda de Podemos e IU (y la pintoresca pequeña burguesía catalana de ERC, que jugaba a hacer la revolución con las espaldas bien cubiertas por Europa y el euro). Hay gente que se sorprende por esta coincidencia de voto entre partidos opuestos, pero en realidad es lo más normal del mundo: tanto la extrema derecha como la extrema izquierda odian la democracia representativa, desconfían del parlamentarismo, añoran a un líder caudillista que gobierne con mano de hierro (en nombre del pueblo o en nombre de la patria) y sobre todo sienten un profundo desprecio por la política deliberativa tradicional, que tiene que basarse en un mínimo respeto por el adversario y en una mínima confianza mutua entre los adversarios políticos.

Es muy probable que Maduro caiga pronto en Venezuela -quizá hoy mismo haya caído ya-, pero Europa parece deslizarse peligrosamente hacia una funesta añoranza del caudillismo y del autoritarismo. Y todo ello incubado por un creciente desprecio por la política parlamentaria, que a su vez se alimenta del surgimiento de toda clase de fanatismos. Mal asunto.

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