Está claro que al ataque, contra gobiernos municipales, nacionales o europeos, funciona muy bien el sector del taxi para proteger sus derechos. Pero me pregunto por qué no hacen el mismo énfasis en defensa; modernizándose. Lo que se les da bien es tomar Barcelona, o improvisar huelgas en Madrid y Málaga en apoyo a la revuelta de sus colegas catalanes. La falsa cruzada de los taxistas ha llegado a un punto de violencia, con asalto a coches ocupados por niños, vuelco de vehículos de la competencia y agresiones a conductores, que merece algo más que paños calientes. Ya pasaron hechos similares en la Feria de Sevilla y en la de Málaga de 2017 hubo una huelga de cuatro días.

En Barcelona reclaman que haya una licencia de alquiler de vehículo con conductor (VTC) por cada 30 de taxi, como marca la ley, y no una por cada diez como ocurre en la ciudad condal. O una por cada cuatro como pasa en Madrid o Málaga. Hay además una gran demanda de nuevas licencias, con el aplauso del público: de la alta de aceptación de las VTC entre sus clientes deberían tomar nota las organizaciones de taxistas. Esta guerra contra las aplicaciones modernas es consecuencia de una directiva europea promovida por un político liberal holandés, Frits Bolkestein. Cuando fue comisario de Mercado Interior, planteó la directiva que lleva su nombre sobre liberalización de los servicios públicos en la UE. La propuso en 2004 y entró en vigor en diciembre de 2009.

Tanta batalla de los taxistas contra las VTC, pone el foco en el modelo de negocio de Cabify o Uber. Un servicio muy apreciado por los consumidores. Funciona desde una aplicación que se descarga en el móvil. El usuario se registra y cuando solicita ir a destino preciso le aparece la tarifa. No funciona por tiempo, sino por distancia. El cliente sabe la matrícula del coche y el nombre del conductor y puede seguir el recorrido en todo momento. La indumentaria y el confort están por muy por encima de la media. Recursos que están al alcance de cualquiera; también de los taxis.

Este sector debería autorregularse, pero no se mira al espejo. Hay taxis que son coches estupendos, bien equipados, limpios, con conductores amables. Pero hay otros que dejan mucho que desear en todos esos aspectos. ¡Y cuestan lo mismo! Lo que significa que están haciendo una competencia desleal a los taxistas más profesionales. Igual cabe decir de las amenazas y coacciones que un colectivo determinado ejerce sobre el resto de sus colegas en el aeropuerto de Sevilla. Se han autoatribuido el monopolio de esa parada y no hay manera de desmontar el cártel. Coger como rehenes a viajeros de trenes y aviones, o a una ciudad entera, no va a hacer pervivir un modelo de negocio que se ha quedado antiguo.

Hay mucho que pueden hacer los taxistas por su sector. Su oficio necesita una adaptación. Y su violencia es inaceptable.

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