Eterno Milagro

Cada atardecer fue para Punta Umbría un nuevo milagro que bajo el manto carmelitano del pueblo volverá a repetirse

Cada día Punta Umbría nos ofrece el más bello de sus milagros: el atardecer. Puede parecer un tópico poético, este de escribir sobre la puesta de sol, pero cuando la hemos visto y contemplado cientos de veces en Punta Umbría, el tópico desaparece para dar paso a una de las más bellas realidades de nuestra playa.

La luz rojiza del verano se funde con las aguas en un éxtasis de color. En la lejanía los barcos que regresan a puerto figuran los eternos amantes del océano que en pareja vuelven una vez, más con su salado y plateado cargamento, Ya más de noche el arrullo de la olas acompañará la soledad de una orilla blanda con presencia de un mundo lejano. La playa, en la bajamar, ofrece el maravilloso aspecto de la tarde que despide la febril jornada de sol. En su espejo de arena mojada hay mil reflejos, mil susurros y mucha nostalgia de vida. Por el muelle de las canoas, la ría se ha vestido de rojo, en su horizonte de cielo, camino de Huelva. El color de fuego malva viste al sol ocultándose en ella. En la otra banda, con silencio de historia por Saltés, los chiquillos, con fango hasta las rodillas, buscan los codiciados premios de las bocas, de los barriletes y de los cangrejos. Por la Canaleta el sol huye con rapidez camino de un mundo nuevo por un poniente de horizonte infinito. La zona de los Pinos ha mudado su traje de luz. El verde se ha oscurecido y todo se tiñe en la caricia apagada de un sol en el ocaso. Atardece en Punta Umbría. Los niños juegan en la Plaza junto al muelle. Una larga fila de canastos en el suelo ofrece el marisco de nuestro cercano mar. El sol se va apagando, lentamente, no queriendo terminar su poema de luz incandescente. La arena, en la playa, se vuelve fría, más pesada en la humedad, pero debajo de ella sigue viviendo el calor que dará el color para la vida de un nuevo día. Sobre el malecón de la ría un pescador tira su anzuelo, en esperanzadora complicidad con su caña y en la espera de una ilusión que no tiene tiempos. Las primeras luces se encienden por el pueblo. Se prepara la noche. Ya suenan en algunas casas ecos de cantes de la tierra. Los fandangos nos traen la filosofía de la vida hecha compás con la guitarra que llora, que alegra. La juventud da fuerza a las horas apacibles de la madrugada, rompiendo el silencio y dando alas con sus ímpetus al palpitar de sus corazones con brillo de estrellas. Cada atardecer fue para Punta Umbría un nuevo milagro que bajo el manto carmelitano del pueblo volverá a repetirse. Querido lector, todo esto lo escribí hace sesenta años en mi libro Punta Umbría, Sol y Mar. Hoy todo sigue igual en la belleza del lugar. Este es el eterno milagro de Punta Umbría.

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