Cambio de sentido

Estampas de ultramar

No pocos venezolanos de izquierdas y 'nicas' sandinistas se declaran en contra de Maduro y Ortega

Aterrizamos en aquel pueblo afroecuatoriano del Pacífico. Yo qué iba a saber de tanta negritud ni de que hasta allí llegaban los aviones. Habían preparado músicas en el malecón y platillos ricos a base de tatabra y peces. Cuando estábamos en lo mejor del querer, lo anunciaron: "Presten atención. El alcalde va a dar la bienvenida a la expedición internacional de poetas que nos visita". Hubo redoble de bongos. El alcalde subió al escenario y, con acrobáticos movimientos de cadera, bailó para nosotros un guaguancó. Estas cosas no se ven en las Españas -le comenté a Juan Carlos Mestre, sacándolo a bailar-, no me imagino a Juan Espadas abriendo los Goya con unos sensuales tangos de Triana, ni a Francisco de la Torre recibiendo la colección del Museo Ruso al frente de una panda de verdiales. (A Kichi sí que me lo figuro -por qué será- dando la bienvenida a una delegación de escritores con un cuplesito). Frente a quienes se apresuran a tildar de bananero todo lo que se escape de su etnocentrismo, sostengo que nada tiene de malo, sino de distinto, lo que en cada sitio se entienda por normal en los usos políticos. Sus gestos, eso sí, dan idea de lo difícil que puede llegar a ser para alguien de fuera entender las variables sociopolíticas de un país extranjero. Así me sucede también con el Brasil de Bolsonaro, o en las calles michoacanas en plenas elecciones, o con los gringos votando a Trump. En los viernes argelinos, los fieles acuden a la mezquita charlando por el boulevard Che Guevara. Ante estas estampas, llego a la conclusión -Sócrates me asista- de que no sólo sé que no sé nada, sino que además sé que no lo entiendo.

Viene todo esto a la sazón del estupor sin pausa que me generan Daniel Ortega, en Nicaragua, y Nicolás Maduro, en Venezuela. No por el chándal de éste último -Henrique Capriles le echaba la pata en moda cani-, casi tampoco por sus arrechuches epifánicos. No pocos nicas que se sienten sandinistas y venezolanos de izquierdas se declaran en firme contra Ortega y Maduro, dando testimonio de que no sólo hay una alternativa -alentada desde fuera-, y que sólo así cabría hablar de democracia. Hoy crujen de pena estos dos pueblos que siento hermanos, mientras estallan los fuegos artificiales de ultramar y su reverso el espantijo castellano. En circunstancias así, las morisquetas de gerifaltes y postulantes dejan de interesar. Ante ellas mascullo, junto a aquel personaje de García Márquez: "Merde, c'est le Blacaman de la politique".

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