Estafa piramidal

Desde hace muchos años lo peor de mis vacaciones es que no cumplo ni de lejos lo que me había propuesto hacer

Se acaba el verano. Ha sido visto y no visto, como suele. Lo que me pide el cuerpo es quejarme, pero trataré de no hacerlo porque no se me olvida que hay muchos que no han tenido vacaciones; y aún están peor los que no tienen trabajo. No es bonito cuando las vacaciones se acaban, pero es bonito haberlas tenido.

Voy a quejarme de mí, sin embargo. Desde hace muchos años lo peor de mis vacaciones es que no cumplo ni de lejos todos los trabajos que me había propuesto hacer. Me paso el invierno haciendo una lista de libros que reseñar, artículos que escribir y temas que estudiar para cuando esté tranquilo en vacaciones.

Ja. Ja. Ja.

En vacaciones no estoy jamás tranquilo y llego al trabajo sin haber no-descansado como soñaba. He descansado, ay, como me cansa, uf. Todo esto no es una novedad, pero sí lo es que he descubierto que vivo en una estafa piramidal. Durante el curso, entre repartos de asignaturas, programaciones, evaluaciones iniciales y luego posteriores, me paso el invierno diciendo que en verano ya leeré y ya trabajaré a fondo en mis provectos proyectos postergados de libros. Luego llega el verano y sus tentaciones (veniales en mi caso, pero envolventes) y me sorprendo a mí mismo diciéndome al oído que ya trabajaré y leeré durante el curso, cuando todo se tranquilice. Fácilmente llevo veinticinco años pegándome el mismo timo circular, por vicioso, o piramidal, porque crece. Hasta ahora no me había dado cuenta.

Al fin me he cogido con las manos en la masa. Y me alegro porque lo peor es que nos pase que no sabemos lo que nos pasa. La cosa no tiene fácil arreglo, pero ya estoy diagnosticado. He encontrado consuelo en la parábola más escurridiza de todo el Evangelio: la del administrador infiel. ¿La recuerdan? Aquel que también hacía sus estafas piramidales y que, cuando fue descubierto por su patrón, subió el ritmo de los chanchullos para asegurarse un pasar cuando le despidiese. Jesús alabó su astucia. Y yo ahora pienso que no me queda otro remedio (como al sinvergüenza aquel) que asumir la estafa piramidal y tratar de sacar, en los intersticios, un poco de lecturas y escrituras de buena ley en los márgenes de mis desastrosos libros de cuentas de verano, otoño, invierno y primavera, y vuelta a empezar.

Mientras tanto, mañana empieza septiembre y, en quince días, estaré haciendo planes de trabajo para las vacaciones de Navidad. Entretenido al menos es.

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