Según la RAE esperpento es "cosa o situación grotescas o estrafalarias" y se añade: "Concepción literaria creada por Ramón María del Valle Inclán en 1920, en la que se deforma la realidad acentuando sus rasgos grotescos". Valga recordarlo para entender que lo más parecido a estos conceptos es lo que sucedió en la constitución de los parlamentos españoles, el Congreso y el Senado. Y hay que evocar al ingenioso escritor y dramaturgo gallego, no solo por el supuesto parecido con el diputado que presidió la Mesa de Edad, en el que muchos se empeñan, sino por lo que representó, por su excesivo e inusitado protagonismo el señor Zamarrón, que no es otro que el auténtico esperpento valleinclanesco. Como en tantos otros casos que se dieron a lo largo de tan prolongadas sesiones.

Porque lo que en el buen hacer democrático debe ser la sede de la soberanía popular se convirtió una vez más en "el tinglado de la antigua farsa", toda una suerte de excentricidades, actitudes grotescas, comportamientos contrarios a lo que es normal en la actividad congresual, se desplegaron para asombro y bochorno de cuantos lo contemplaban en directo o a través de la televisión. A partir de ahí el curso de las anomalías se sucedieron como si todo valiera en este cúmulo de despropósitos e incongruencias. La apoteosis disparatada se consumó con los juramentos de acatamiento a la Constitución donde pudimos escuchar con la más insultante impunidad, frases claramente inconstitucionales como si fuera posible conculcar descaradamente la legalidad en la sede de la representación popular, una obscena contravención del Estado de Derecho. Aparte de las ignominiosas contradicciones suponían toda una perversa intención, una intolerable provocación a lo que representa el orden constitucional.

Ignoro cuando compongo estas líneas como irán las negociaciones pero resulta triste y penoso, es una maldita desgracia que la gobernabilidad en España pueda depender de las veleidades de un partido político cuyo principal objetivo es dividirla, quebrarla, herirla en lo más profundo de su legítima e indisoluble integridad. Hemos seguido oyendo estos días esa expresión odiosa del "cordón sanitario", que hasta su acepción es repulsiva y resulta una inicua degradación antidemocrática lo promuevan unos u otros. Como la decepción que supone la actitud del llamado centroderecha, una patología incurable, una torpeza congénita, por no decir otra cosas, que propende al tropiezo reiterado y el descalabro.

Arrecia la resaca de la sentencia de los ERE y lo que queda por delante en tanto no cesan las críticas y ataques de los corifeos -más de un paniaguado sin duda- de los nostálgicos del mandato socialista, incluidos sus militantes. Disparos por elevación y guerra de distracción no faltan para tratar de entretener al personal con argumentos que, por lo general, tienen efecto boomerang. Y es que es demasiado lo que se pretende ocultar.

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