Resulta evidente que llevamos un tiempo en el que estamos viviendo situaciones, momentos y actitudes, especialmente en el ámbito político, que se sitúan en las fronteras del esperpento.

Y ello es así, entre otros motivos, por la notoria introducción del relativismo en los estados de opinión social y en la minimización del impacto de las decisiones políticas, naturalmente, siempre que no procedan del bando que nos resulte más próximo ideológicamente.

En resumen, el relativismo es generador de derivas absurdas y, en ocasiones, esperpénticas, cuando no vergonzosas.

Así, entrando en materia, se podrá afirmar que el comienzo en la andadura de la nueva presidenta del Congreso resulta preocupante e impresiona como "bizcochable" para los intereses de su "partido sanchista" antes que el de la mediadora imparcial y, sobre todo, garante del cumplimiento del reglamento. Dicho de otro modo ha planteado una estrategia de aparcamiento de la decisión sobre la presencia en los escaños de los "políticos presos" con orientación de interés electoral ante las municipales... y la próxima investidura, transformando una decisión política en jurídica, lo cual caracteriza esta actuación de esperpéntica.

Como esperpéntico resulta el soliloquio entre Junqueras y Sánchez. ¿Es mera cortesía o complicidad?, el tiempo y los hechos lo dirán.

Esperpéntico parece un Estado incapaz de impedir todo este grotesco protagonismo de políticos rebeldes, autodenominados "presos", proclamadores de su anticonstitucionalismo sin que desde la autoridad institucional pertinente se les corrija, lo que supone un flagrante deterioro democrático de las instituciones.

Y es que desde el relativismo reseñado, tenemos unos dudosos hábitos democráticos. Democracia no es el todo vale, antes al contrario, el respeto a la libertad ideológica y de pensamiento obliga al estricto cumplimiento de las leyes, único camino de respeto al adversario o al diferente. Cuando esto no sucede, la respuesta es la polarización radical y, en consecuencia, del esperpento porque llegamos a confundir el garantismo democrático con la impunidad o una autocalificación de superioridad moral.

Esperpéntico sin duda es comprobar cómo se van agrandando las diferencias territoriales y nos colocan a federalistas de clara orientación "asimétrica", decía Pasqual Maragall, al frente de las instituciones legislativas, como si nuestro modelo autonómico y el Título VIII constitucional no contemplara atribuciones superiores, en algún caso por encima del federalismo.

No dejan de ser esperpénticos el papel secundario de Casado, la sobreactuación de Rivera o el madrugón de Abascal para coger un escaño visible. Pero el culmen del esperpento, daría para un tratado completo de demagogia política, lo representa Iglesias y su ofensiva contra Amancio Ortega. ¡De manual!

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