Esperando la cordura

Es sorprendente la habilidad para reinterpretar el pasado para adaptarlo a los intereses del presente

El paso del tiempo tiene ventajas y desventajas a la hora de analizar y sacar conclusiones de hechos que tuvieron en su día una especial significación a nivel colectivo. Entre las primeras puede citarse la mayor disponibilidad de información; obviamente, siempre y cuando no se haya destruido material. Esto permite tener una visión más global. No obstante, al margen de la cantidad de recursos, lo más importante es que el distanciamiento temporal puede facilitar la imparcialidad, con lo cual se ganaría en objetividad. En esta situación es más posible que se hayan serenado pasiones malsanas y deseos de venganza. Entre los inconvenientes se encuentra el que ese alejamiento tiene el riesgo de sobrevalorar los sucesos a favor para satisfacer intereses del presente y, en el caso de acontecimientos negativos, de difuminar, como meras anécdotas, experiencias o vivencias que humanamente tuvieron una marcada transcendencia para quienes las padecieron en cualquier aspecto. Ahora bien, esto último es susceptible de subsanarse echando mano de nuestra imaginación y de nuestra capacidad empática para reproducir lo que otros han soportado y sufrido, con el fin de tomar conciencia y entender sus sensaciones y emociones. Todo esto sugiere, en principio, que con las citadas ventajas, junto con esa posibilidad de superar las limitaciones, podemos ir mejorando, haciendo un mundo cada vez más equilibrado y justo. Pero, ¿es así por parte de quienes nos autoetiquetamos como doblemente sapiens? Sabemos que no. ¡Qué va! El buen trabajo de algunos para ilustrarnos no se expande a la mayoría de la sociedad. Es sorprendente la habilidad que se tiene para reinterpretar el pasado sobre la base de lo que es conveniente al momento presente y para ajustarlo a las ambiciones actuales peligrosas o, al menos, no recomendables -el revisionismo no es ningún invento nuevo-, con lo cual difícilmente se logra socialmente un adecuado aprendizaje y esto está a la orden del día. Lo de Trump es un ejemplo de lo expuesto, pero no es el único -fijémonos en Europa-; un presidente del que se dice que no lee nada y que está enganchado a la televisión; que habla de guerras como si todas fueran virtuales. Hay que repetirlo, hay fuertes intentos de hacer retroceder derechos y libertades; lo mismo que están quienes pretenden llevar todo al terreno de la intransigencia y el fanatismo. Tengamos la esperanza de que en esos pendulazos que da la historia la siguiente etapa sea la de la cordura y la del sosiego.

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