La otra orilla

víctor rodríguez

Espera

Estamos rodeados de actividades intrascendentes que nos obligan a dedicarles una atención que no merecen

Son malos tiempos para la espera, todo el mundo quiere todo y lo quiere ahora. La espera tiene una enorme importancia, la Naturaleza lo sabe y no tiene prisa, sus planes son a largo plazo. La mayor parte de las cosas importantes llegan después de un tiempo de preparación, de ejecución, de esfuerzo, para contemplar el resultado y todo eso se va poco a poco perdiendo en este mundo donde ya no se sabe realmente si es de día o de noche, si hace frío o calor.

Estamos en Adviento, el período litúrgico que precisamente llama a la preparación para el nacimiento de Jesús. Los niños, que están más cerca de lo auténtico, saben de eso de esperar, para ellos el tiempo es muy largo, lo que falta para la Navidad es muchísimo, hoy que es aún cinco de diciembre. Sin embargo los adultos nos empeñamos en darles lo que ellos en el fondo no han pedido y tenemos más prisa porque los regalos lleguen antes, ya esperar al día de Reyes es una heroicidad. Entonces la Navidad se desvirtúa con las luces cada vez antes, llamadas a desprenderse del verdadero significado cristiano del tiempo que se vive, llenando el espacio de elfos y no de niños jesuses.

No se trata de estar de acuerdo o no con la creencia religiosa, la religión históricamente se adaptó al propio ritmo natural, el de las cosechas y el de la gente, más bien se trataría de comprender mejor qué y cuándo se celebra lo que se celebra, si no, de alguna manera todo termina tan desvirtuado que no sabemos bien ese qué y ese cómo. La rapidez y la inmediatez hacen cada vez más pequeña nuestra capacidad crítica, ahora no aguantamos más de cinco minutos de un vídeo, sin embargo nos perdemos películas como Dersu Uzala de Akira Kurosawa, lentas, largas, donde su protagonista escucha lo que pasa a su alrededor, lo respeta y lo protege. Por el contrario, estamos rodeados de eso que los cursis llaman "ladrones de tiempo", actividades intrascendentes que nos obligan a dedicarle una atención que no se merece. Para eso hay un antídoto demoledor: paciencia y aburrimiento.

Hace frío, oscurece pronto, un buen momento para bajar el ritmo, sentarse en un sillón y leer, hacernos preguntas, escucharse por dentro para escuchar lo de fuera, acaso algo revolucionario en estos tiempos del 24 horas. Mientras estamos haciendo tonterías otros están moviendo los hilos. La espera como protesta, frente a la absurda inmediatez.

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