Cambio de sentido

Las (otras) dos Españas

Las dos Españas actuales e irreconciliables son: la de los partidarios y la de los contrarios a la mascarilla

El coronavirus, esa cosa tan chica, está motivando los cambios más grandes de los últimos tiempos. En todos los órdenes: económico, social, estratégico, comportamental… De entre todos ellos, el ideológico es el que más me llama la atención. Me fascina, casi por inesperada, la manera en la que las distintas ideologías se han repartido los papeles. Así, al bulto, es el mundo al revés: los antisistema de la pandemia pueden encontrar cobijo en la ultraderecha, y los más prosistema, defensores de la contención y las prohibiciones, hallan buen cobijo a la izquierda. Pero este fenómeno no es tan reciente; la ultraderecha siempre tuvo un punto tan castrense como ácrata, y en ello no ve incoherencia. Son tan enterizos en la insubordinación como en subordinarse. Y la izquierda emparentada con el prohibido prohibir tampoco siente contradicción en abogar por las restricciones y tener fe en el relato oficial.

No obstante, y por mucho que lo intenten quienes ostentan el poder y quienes aspiran a él, el reparto de las posturas en torno a la crisis del coronavirus es, diríase, transversal, trasciende los ámbitos de izquierda y derecha. Las (otras) dos Españas que actualmente habitamos son dos frentes irreconciliables: la de los propensos a usar la mascarilla y la de los que no. Como con las vacunas, una puede ubicarse más a los extremos o en posturas más tibias, pero cada cual pertenece a uno de los dos bandos y traza un límite a partir del cual la postura del de enfrente nos parece incomprensible, incluso imbécil o delirante. Pertenezco -sin ortodoxias- al bando de quienes hacen uso, no por decreto ley sino por decisión propia, de la mascarilla en las apreturas, los espacios cerrados y con quienes paso de jugármela, y reconozco que me ofuscan y que no alcanzo a comprender el razonamiento de quienes han vivido toda esta situación como si no fuera con ellos. Estoy completamente segura de que, al otro lado, sucede lo mismo, que a las personas que me contemplan "embozada" desde él les parezco imbécil y gregaria. Esta es la sensación: "El otro no piensa como yo, ergo, no piensa". Nos violentamos mutuamente, solo hay que leer el desprecio que, en las redes, se manifiestan los de una y otra postura. Incluso en personas moderadas hay un límite a partir del cual el de enfrente enerva tanto que preferimos atacar, o estar a la defensiva, a tratar de entender algo. La indignación y la falta de entendimiento va in crescendo.

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