La otra orilla

España 'vintage'

Hemos arrinconado la libertad, la hemos abandonado y nos estamos acostumbrado a eso

La bandera nacional ha ondeado a media asta durante esta Semana Santa por la muerte de Cristo. Un programa de televisión ha sido demandado y la demanda admitida por hacer un chiste sobre la cruz del Valle de los Caídos. El Ayuntamiento de La Coruña está siendo juzgado por un cartel de carnaval en el que aparece un papa borracho. Las autoridades civiles: ministros, alcaldes… presiden ceremonias. Un director de cine ve como se boicotea su película porque ha dicho no sentirse español... El Gobierno propone eliminar la acusación particular para los casos de corrupción.

Es la España vintage, que vuelve por sus fueros, en pleno siglo XXI. Hemos vuelto a los años del blanco y negro, a los años en los que religión y política andaban unidas, a los años en los que los que mandaban lo hacían por la gracia de Dios. Somos un país aconfesional, pero la religión está hasta en la sopa. Las televisiones públicas han dedicado la tercera parte de sus informaciones a las distintas procesiones de Semana Santa. Por otro lado está apareciendo un sentimiento nacionalista -estatal y autonómico- demasiado peligroso porque criminaliza al que piensa distinto.

Son los nuevos tiempos en los que esta España se parece más al país de charanga y pandereta que denunciaba Machado que a un país aconfesional, europeo y laico más propio del siglo XXI. Qué lejos quedan ya aquellos días de los años ochenta en los que un alcalde miraba con rubor los pechos desnudos de una actriz erótica. No me imagino ahora a ningún alcalde haciendo algo parecido. Malos tiempos para la libertad, malos tiempos para la tolerancia. En esta época de whatsapps y tuits quien no piensa como yo, quien se atreve a comentar desde la sátira, la ironía o lo políticamente correcto se convierte en alguien que delinque contra la religión o enaltece el terrorismo, aunque el motivo de su chanza sea un fascista o la cruz de un monumento vergonzoso.

Hemos arrinconado la libertad, la hemos abandonado y nos estamos acostumbrado a eso. Vivimos con miedo a la denuncia, nos autocensuramos, asistiendo a esta ceremonia de lo retro sin ser capaces de plantarnos y de exigir que de una vez hagamos de nuestro país un país solidario y abierto donde la libertad de expresión y el ser humano sean sagrados y no las imágenes que ocupan el espacio público que es de todos, de los católicos y de los que no lo son, que también pagan impuestos.

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