Dadas las actuales circunstancias en distintos ámbitos se respira un ominoso, un angustioso aire de escepticismo, de desconfianza, de inseguridad, de creciente incertidumbre. Son muchas las preguntas que una sociedad consciente, formada e informada, se plantea. Y no tienen una respuesta convincente y resolutiva. La situación evidencia la falta de liderazgo, la jerarquía de unos valores de base fundamentalmente libre y democrática, que encaucen con orden, justicia y equidad nuestros destinos. Esa debilidad, esa ausencia de líderes carismáticos, equitativos, lejos de toda ambición personal o política, prodiga por doquier desequilibrios y contrariedades de una gravedad de previsibles calamidades y tragedias. No es pesimismo. Es la contemplación angustiada y profundamente preocupada de una realidad manifiestamente inquietante. Esencialmente porque vivimos en una realidad caracterizada por sus grandes contradicciones.

Breve es esta columna para apuntar algunos de esos conflictos que nos acucian. Habría que empezar por uno muy cercano. A pesar de su puntual reducción - más o menos en su recuento diario - la persistencia de los contagios del Covid-19. Cada día fluctuando peligrosamente entre las restricciones y las aglomeraciones públicas, sin que haya un mecanismo jurídico, único y homogéneo, válido para todos y asistamos a ese choque cotidiano entre la justicia y las administraciones autonómicas a la hora de decretar medidas restrictivas, troques de queda, etc. Entre tanto, lo vemos con exhaustiva reiteración en la televisión, proliferan por doquier las aglomeraciones, los tumultos, los disturbios, los saqueos, las fiestas que se convocan a diario y los enfrentamientos con las fuerzas de orden público con insólita impunidad y con una desproporción muchas veces a favor de los incívicos protagonistas. ¿Cuándo se van a exigir responsabilidades no sólo a los alborotadores y organizadores de estos desmanes sino a quienes los permiten y hasta los fomentan?

Otra de las grandes decepciones que hemos lamentado estos días es el abandono de Afganistán de nuevo en manos de los sanguinarios asesinos talibanes. Otro motivo de escepticismo ante la falta de convicción y de resolución moral de los mandatarios del mundo actual y de la lenta pero implacable depauperación política occidental, en manos en muchos casos de mediocres e incompetentes que perpetran siniestras chapuzas como la que puede devolver a este atribulado país a un averno medieval realmente apocalíptico. De nada han servido los sacrificios, las vidas humanas perdidas -entre ellas muchas españolas- para volver a una situación caótica que ha puesto en evidencia la gestión de los llamados vigilantes de la paz en el mundo y a sus dirigentes hasta la humillación no sólo de contemplar una afrentosa huida sino la exhibición de armas de última generación en manos de tan desalmados y crueles criminales. ¿Dónde están los defensores de los derechos humanos?.

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