Entreguismo

Ignorar y dejar de combatir ese programa totalitario puede resultar de una ingenuidad fatal

Para inventarse y construir la nación catalana, Pujol puso en marcha, durante años, un plan meticuloso, tenaz y muy simple. Al contar ya con la lengua como punto básico de apoyo, el otro elemento necesario ha consistido en fabricarse un enemigo. El más fácil y disponible era España. Y para darle cuerpo a esa fabulación creacionista, los políticos del independentismo han recurrido a sentimientos, concentraciones y banderas, con una puesta en marcha de manual. Pero, gracias a ello, han conseguido embaucar a la mitad de la población catalana, que está convencida de la existencia de un enemigo del que hay que desprenderse sin demora. Todo esto resulta ya muy conocido, pero conviene recordarlo, una vez más, ante las evidencias de que esa hoja de ruta permanece imparable, y solo se introducen acomodaciones puntuales y tácticas.

Para los adictos, fanáticos y feligreses del nacionalismo, España ya sólo puede ser un enemigo a atacar; igualmente los catalanes no separatistas han dejado de ser contrincantes o adversarios para ser sólo enemigos. Están convencidos, porque creen, con fe inquebrantable, que España es el único obstáculo para su plena realización como catalanes. Signifique esto lo que signifique. Por tanto, ignorar y dejar de combatir ese programa totalitario puede resultar de una ingenuidad fatal. Pretender calmar los furores del nacionalismo catalán con pequeñas concesiones cada día, mientras se finge mirar hacia otro lado, recuerda el entreguismo que tanto cundió, como medida salvadora, entre los gobiernos liberales del siglo pasado ante las ofensivas del fascismo.

Una cosa es deshacer errores y despertar conciencias con nuevas propuestas para conseguir un cambio en la opinión pública catalana, y, otra, es confiar que quien ya te considera enemigo -y vive precisamente de esa invención- va a cejar en su empeño, por muchas cesiones que se le hagan. Es más, no hace falta haber leído a los estrategas chinos para prever que ese entreguismo acrecienta provocaciones y desafíos. Los buenos gestos y las llamadas al diálogo se interpretan siempre como debilidad. Por ello, para muchos españoles, la política que lleva a cabo el nuevo Gobierno socialista, de cara a los secesionistas, es mero oportunismo para mantenerse en el poder. Pero habría una interpretación aún peor: que no quisieran ver (por deliberada ceguera) la naturaleza maniquea del independentismo y que, por tanto, su entreguismo (un término político en desuso que convendría recuperar), aunque esté cargado de buena voluntad, sólo conduce a empeorar la situación.

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