Parece ser que en la mayoría de las casas el día comienza con las noticias. Da igual que nos dé la sensación de que son las mismas de ayer o de anteayer, da igual que apenas nos cuenten nada nuevo y da igual que lo único que interese es lo que pasa en tu pueblo. Cuando por enésima vez en el día anuncian el número de fallecidos o de contagiados, con el mismo tono con el que se recitan los números del sorteo de la primitiva, se pierde no solamente la capacidad de retenerlos, sino también el interés por conocerlos. Ya se sabe que durante el día los repetirán hasta saciarnos y, además, se comprueba que cuando te someten a tener que estar al corriente de algo, es cuando pierdes el interés en ello. Aunque no haya duda en afirmar lo ventajoso que resulta contar con una información veraz y clara, ni se cuestione el valor y el esfuerzo de los informadores, ha llegado el momento del empacho.

¿Recuerdan lo de "el niño está empachao" cuando el niño se excedía con los dulces o cualquier otra chuchería? Entre la complejidad que de por sí supone una pandemia, los irracionales que prefieren contagiarse a seguir las normas, los aficionados a la ciencia ficción y los bandazos y "palos de ciego" que están dando los expertos de verdad… Se está perdiendo el norte. Padecemos todo un achaque que podría llegar a ser grave: la sobreinformación. Es demasiado, que si las investigaciones de las Universidades (por supuesto Harvard, Oxford, Yale…), las Fundaciones, las Sociedades Europeas de Salud, de Prevención, de Recuperación, los expertos que increíblemente saben todo y de todo, desde la viróloga Margarita del Val con sus didácticas explicaciones, hasta Borini, el epidemiólogo argentino que pone en duda las cifras de fallecidos y opina que la pandemia está sobredimensionada, hasta Christakis, médico y sociólogo de Harvard que augura que la postpandemia será una etapa de desenfreno sexual y derroche económico (¡Ojalá Dios lo oiga!).

Hemos llegado al punto de confundir una investigación con otra, de sentir ansiedad por saber más y más, de no cuestionar lo que nos cuentan o de pensar que todos nos engañan. Se aprecia esa sensación de hartazgo que incluso conduce a la pérdida del sentido común. Son demasiadas personas las que saben mucho pero que ignoran cómo explicarlo y son excesivas las que sin estar al tanto, fingen que sí. ¿Imaginan que a esto se le añadiese el "talento" y el "buen hacer" de nuestros representantes políticos? Diríamos "apaga y vámonos", pero… ¿Adónde?

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