Los que escribimos para el público, aunque sea desde una posición como la mía, propia de un simple aficionado, sin siquiera formación académica de letras, intentamos trasladar al lector una visión con una cierta dosis de originalidad, aun conscientes de la dificultad del empeño, pues casi todo está ya pensado y escrito, incluida esta última afirmación (Nihil novum sub sole). Por consiguiente, y concretamente en lo que se refiere a la cuestión catalana, desistiendo de toda pretensión de descubrir algo nuevo, creo que en los revueltos tiempos que vivimos conviene desempolvar un par de reflexiones, que podrían pasar inadvertidas en la vorágine de manifestaciones que nos abruma.

La primera es la necesidad de introducir una dosis de raciocinio que encauce el desbordamiento de emociones que de uno y otro lado se ha producido. Aunque me da la impresión de que los intelectuales, que tradicionalmente han desempeñado esa función con sentido crítico, en unos casos, han puesto su inteligencia al servicio de una de las causas, que les paga para que hagan oír su voz; y respecto a los que conservan la ecuanimidad, sus opiniones no suelen disponer de medios que las amplifiquen para que puedan ser oídas e influyan en la sociedad. Conversando con mi amigo Adolfo hace unos días, coincidimos en que ese papel lo estaban asumiendo hoy muchos artistas cuya inspiración se orienta hacia la denuncia de las injusticias y contradicciones, varias y múltiples, de la sociedad.

Otra reflexión es la necesidad de superar el cortoplacismo, trascender el momento presente para analizar con realismo las posibilidades futuras de un modelo que choca frontalmente con las estructuras europeas que con tanto esfuerzo estamos forjando entre todos. Si el actual estado, con todos los errores que se quiera, aun soportando el fuego amigo de adversarios políticos que comparten su idea de España, parece por fin dar muestras de firmeza -que no debe estar reñida con la templanza-, confortado por el impecable discurso del Rey, lo decisivo es que Europa, a quien hemos cedido ya buena parte de nuestra soberanía, manifieste claramente, como empieza por fin a hacer, que ese no es el camino. Así perdería sentido aún más un enfrentamiento que puede superarse por elevación. Escuché hace poco una declaración de alguien que dijo que no quería para sus nietos pasaporte catalán ni español, sino europeo. Me identifico.

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