Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Ejército

La mili hacía de los cuarteles algo más parecido a centros de reclusión que a instalaciones de defensa

Cuando un presidente llega al Elíseo lo hace con dos ideas en la cabeza: epatar, verbo deudor del francés, y pasar a la Historia con una obra que perpetúe su memoria en París. Emmanuel Macron no iba a ser una excepción y lo primero ya lo ha hecho reclamando la vuelta de la mili obligatoria a su país, aunque muy rebajada de trapío y convertida en una especie de cursillo militar para la transmisión de valores patrióticos más que en una operativa de defensa. Como mirar con la boca abierta a París ha sido siempre una de las grandes pasiones nacionales, la iniciativa ha llamado la atención al sur de los Pirineos y se ha suscitado, por ahora a un nivel muy teórico, un debate en los medios de comunicación.

Una de las mejores cosas que le ha pasado a España durante las tres o cuatro últimas décadas ha sido la evolución de sus Fuerzas Armadas. Pasamos de tener un Ejército chusquero, con permanentes veleidades golpistas, incapaz de mirar al mundo y que era visto por la población como un peligro y un castigo a tener otro moderno, aunque mal equipado, tremendamente profesionalizado, proyectado al exterior, que habla idiomas y que, además, es garante de nuestros derechos y de nuestra integridad como una sociedad libre y avanzada.

El cambio no se produjo ni mucho menos de una vez. Pero hubo dos acontecimientos que fueron determinantes: el fracaso de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, que acabó para siempre con la tentación de intervencionismo político de los espadones, con el ruido de sables que atenazó los comienzos de la democracia y que sirvió para acelerar el ingreso en la Alianza Atlántica, por un lado, y el final de la mili obligatoria que el Gobierno de Aznar aprobó en 2001, por otro.

La leva forzosa que robaba a los jóvenes españoles unos meses de su vida en pleno periodo formativo hacía de nuestros cuarteles lugares más parecidos a centros de reclusión que a instalaciones operativas para asegurar la defensa nacional. Tropas sin ningún espíritu militar y sin otro fin que escapar cuanto antes de allí compartían rancho con mandos completamente desmotivados y sin formación.

Si el Ejército es ahora lo que es se debe, principalmente, a que todos los que visten el uniforme están allí porque es su profesión y su vocación. Volver a pasear el fantasma de mili no es una buena idea. Sí lo es llevar a colegios y universidades unas nociones claras de qué es y para qué sirve la defensa nacional. Pero ésa es otra historia.

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