Ego excesivo

Es apropiado fijarse no solo en lo que dicen los políticos sino en cómo lo dicen y en su lenguaje no verbal

En un mitin dijo que no era un macho alfa. Pues bien, nos anunciaron en un cartel, ya retirado, que el que manifestó que no lo era ¡vuelve! y que su primer reencuentro con la gente será en una plaza pública de Madrid. ¡Él! ¡Por fin! Si pudieran, su reentrada la harían similar a la manera de la Roma clásica con sus ejércitos vencedores. En lo que nos ocupa la victoria del personaje ha sido, nada más y nada menos, que el haber disfrutado del permiso de paternidad, cuidando de sus hijos. Vamos, todo un héroe. Obviamente, las líneas anteriores tienen un tono sarcástico, evidentemente, pero es una forma de hacer sobresalir el exceso de protagonismo mesiánico que ha acompañado siempre a Pablo Iglesias y a la devoción que le rinden algunos de sus seguidores, como si fueran fieles de una nueva religión laica con matices sectarios. No cabe la menor duda de que todo dirigente político necesita ser conocido, destacar, tener su cuota de significación y de ser apoyado por sus partidarios. Los liderazgos necesitan de esas condiciones para que subsistan. Sin embargo, la cuestión básica en este asunto, como en tantos, es el de hasta dónde se puede llegar o, más específicamente, el de saber cuál es el límite que separa la oportunidad de ese protagonismo con lo que sería la exposición de un ego excesivo que lo que busca fundamentalmente es la propia satisfacción. Lo sucedido con el mencionado cartel es un ejemplo de lo que podría identificarse con esto último. Tras las críticas recibidas, Podemos lo ha retirado e Iglesias admite que ha sido un error. Vale, pero con él han desvelado una vez más un culto totalmente inapropiado e indebido a un político. De todas formas, quizás tengamos que convenir que lo sucedido no es un caso aislado sino que es una marca de los tiempos que corren y que, con mayor o menor intensidad, se da en los demás partidos. Por ejemplo, Pedro Sánchez no se queda corto al respecto. Le sugiero, si no lo ha hecho ya, que se fije no solo en lo que dice sino en el cómo lo dice, en su lenguaje no verbal, observe sus movimientos de cabeza, su rictus, sus andares… Habrá quiénes crean que estas peculiaridades son temas menores y que no merecen la pena atenderlas. Pues no es así, a través de ellas es posible deducir características y rasgos de personalidad que condicionarán o determinarán las actuaciones y toma de decisiones, y el ego excesivo no es, precisamente, una cualidad -todo lo contrario- del perfil deseable y recomendable que deben poseer los políticos.

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