Es evidente que el espíritu de Huelva acompaña a Rocío Márquez a lo largo del mundo, donde quiera que vaya. Su mismo nombre evoca el de la Virgen almonteña de devoción universal, pero también un fenómeno atmosférico singular, producido cuando la humedad del aire, al saturarse, adopta la forma de gotitas que se condensan y posan sobre la tierra y las plantas: es el efecto rocío. Estas divagaciones me rondaban en el concierto que hace una semana, con fin benéfico, ofreció Rocío en el Gran Teatro de Huelva. Es cierto que el efecto rocío está asociado al frío de la noche y el ambiente del teatro era cálido, sobre todo en el sentido emocional. Imaginaba yo que la voz envolvente de la cantaora llegaba, como rocío, a un público entregado, para cubrir su sensibilidad de notas/gotas de magia musical. Fantaseaba con que la melodía surgida de aquella voz lograba introducirse entre las moléculas de oxígeno y nitrógeno del aire, llenando los espacios de los universos atómicos, en su dimensión infinitesimal, de armonías dimanantes de un escenario en el que se producía el milagro de la conjunción de una voz prodigiosa y una música instrumental de gran calidad.

Pensaba yo que Rocío Márquez, con su calidad contrastada y su lanzamiento estelar, jovencísima, en el Festival de Cantes de La Unión en el que conquistó la Lámpara Minera, bien podría haberse quedado deleitando a los aficionados al cante, limitándose a seguir la huella de los clásicos, acompañada por las seis cuerdas de la guitarra. Sin embargo, creadora nata, eligió la ruta difícil, la senda del descubrimiento, sin arredrarse por el riesgo y estimulada por cada nuevo hallazgo. Desde luego, su bagaje para el camino es consistente: un reciente doctorado en Técnica vocal en el flamenco, el afán irrenunciable de perfeccionamiento, una gran capacidad para encontrar los mejores compañeros de viaje,…

En su última aventura ha contado con el apoyo y complemento de Proyecto Lorca: un piano (Daniel Borrego) que subrayaba las melodías de Rocío y que establecía, junto a ella, una dialéctica, se diría que de confrontación, con el sonido del saxo (Juan M. Jiménez), dulce o tonante, y las sorprendentes variaciones de la percusión (Antonio Moreno). Si a esto añadimos los detalles de calidad humana e inquietud solidaria que la cantante hizo llegar a "su" público, el resultado fue una noche inolvidable. Es, sin duda, el "Efecto Rocío".

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