Educación para la mentira

Los nuevos planes de estudio van a desterrar todas las herramientas que permiten el pensamiento autónomo

Durante muchos años se nos ha hecho creer que había una pérfida conjura del neoliberalismo que se proponía convertir la educación pública en una simple maquinaria al servicio del mercado. Según estas teorías, al poder capitalista sólo le interesaba crear estudiantes sumisos e ignorantes, es decir, mano de obra manipulable y fácil de explotar. Y para luchar contra esta aberración educativa -se nos decía- sólo teníamos el pensamiento crítico, esa forma de pensar, siempre escorada a la izquierda, que debía crear ciudadanos libres y autónomos. Estas cosas se decían ya en la universidad de los años 70 -yo se las he oído decir a mis profesores de Letras- y ahora se han convertido en un sólido dogma de fe. El mercado sólo busca crear esclavos. En cambio, el pensamiento crítico -es decir, la izquierda progresista- sólo quiere crear ciudadanos libres.

Pues bien, justo cuando tenemos el Gobierno más progresista desde que los primeros homínidos descubrieron el fuego, los nuevos planes de estudio van a desterrar todas las herramientas intelectuales que permiten el pensamiento autónomo. La Filosofía va a desaparecer de los planes de estudio, la Historia del Arte será proscrita, el ejercicio de la memoria -la actividad que nos permite recordar lo que ocurrió hace tres años- será considerada una herramienta poco menos que fascista. La lectura profunda -la que deja huellas, la que activa los mecanismos cerebrales más profundos- será relegada al olvido. Y por supuesto, se obligará al alumno a tragarse un portentoso chapapote competencial de paparruchas y emociones que no se corresponden con conocimientos sólidos de ninguna clase.

A partir de ahora será mucho más fácil mentir desde el poder porque los alumnos apenas tendrán la costumbre de activar la memoria o de asociar ideas. Será mucho más fácil destruir el significado de las palabras o retorcerlas a conveniencia para que cualquier frase pueda significar dos o tres -o mil- cosas a la vez, de modo que al final no signifique nada en absoluto. Adiós a la facultad de deducir, adiós a la facultad de detectar los errores, adiós a la peligrosa capacidad de descubrir las falsedades conceptuales. Bienvenidos, amigos, al Ministerio de la Sonriente Mentira que Siempre Dice la Verdad. Por gentileza del Gobierno más progresista de la historia.

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