La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Dulce engaño de agosto

No embestiremos el engaño de agosto antes de irse con la muleta del septiembre de poemas y canciones

No embestiremos el engaño que tiende agosto como un invitado molesto y grosero que, a punto -¡por fin!- de irse, quisiera hacerse perdonar y dejar un buen recuerdo. No creeremos que esta moderación de la temperatura, esta luz limpia que permite ver cómo a través de un cristal recién limpiado tras estar lleno de vaho, este cielo azul, esta luz dorada de los amaneceres más tardíos y los atardeceres más tempranos, son la promesa de un septiembre que caminará dulcemente hacia el otoño. Esto no es Roma, con las hiedras amarilleando en los muros del Trastevere y la densa arboleda que recorre los Lungotevere dorándose hasta alcanzar un uniforme color óxido. El nuestro no es el Autumn in New York que cantaron Billie, Frank, Ella y Louis, en el que "los amantes bendicen la oscuridad / en los bancos de Central Park". Ni es el parisino otoño de las hojas muertas que llenaban de melancolía a Verlaine ("me voy con el viento malvado / que me lleva de acá para allá / igual que a la hoja muerta") y a Prevert ("las hojas muertas se recogen a paladas / los recuerdos y los remordimientos también / y el viento del norte se las lleva / a la noche fría del olvido").

No, no embestiremos el engaño que nos presenta agosto antes de irse tendiendo la muleta del septiembre de los poemas, las películas y las canciones. No hay acuerdo sobre si fueron los Álvarez Quintero o Muñoz Seca quienes dividieron el verano sevillano en el calor, la calor, los calores y las calores. El caso es que tenían razón. Por algo Serafín, Joaquín y Pedro no eran romanos, ni neoyorquinos, ni parisinos, sino de Utrera y el Puerto. Y los tres conocían bien Sevilla. Sabían de lo que hablaban.

En los dos días traidores que le quedan, agosto intentará que imaginemos un dulce y dorado septiembre cargado de promesas otoñales. No será así. Lo sabían los antiguos que decían "del mes que entra con abad [por san Gil] y sale con fraile [por san Jerónimo], Dios nos guarde". Menos grados, pero más sensación de calor pegajoso. El veranillo de San Miguel. El veranillo del membrillo. Ya está todo dicho, escrito, sentenciado y vivido. Pero, eso sí, hay que reconocerle a estos últimos días de agosto la habilidad con que presentan este dulce, educadamente luminoso y azul engaño tentándonos con dulces septiembres y otoños que aquí no llegarán hasta el Pilar y Santa Teresa. Si no, como a veces ha pasado, hasta los Santos y los difuntos.

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