Hay días que la lectura de ciertos titulares te amarga la mañana y te llena de preocupación. Leíamos días atrás: "El PSOE ofrece a PNV y ERC una silla en el Poder Judicial para dividir la Justicia y controlarla". La noticia nos aclaraba después que el partido vasco y el catalán exigían "a cambio de su apoyo al candidato socialista, que se fraccione la Justicia para ganar influencia sobre los jueces que operen en sus comunidades autónomas". Y añadía que "posteriormente Sánchez respaldaría la reforma necesaria de la Ley Orgánica del Poder Judicial para que la cesión sea efectiva". Sea o no una especulación más de las muchas que surgen estos días en torno a la pretendida coalición de Gobierno que gestionan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, una vez más se pone en tela de juicio la separación de poderes -jamás lograda- y la absoluta independencia de los jueces. Otra noticia nos aseguraba que "los jueces alertan contra el mercadeo del futuro Gobierno socialcomunista para renovar el Poder Judicial". Algo intolerable en una democracia, en un Estado de derecho. Lo dijo Alfonso Guerra en su día: "Montesquieu ha muerto".

Y ya que menciono a Guerra ¿cómo no recordar su ocurrente alusión al abrazo de Sánchez e Iglesias calificado de drama? El exvicepresidente del Gobierno decía también que los progresistas "miman al extremo de la izquierda, algo incomprensible". Y comentaba que "en 24 horas, sin hablar con ningún partido constitucionalista, el presidente del Gobierno en funciones hace un acuerdo con Podemos y se dan un abrazo". Calificaba el abrazo de metáfora. No parece lo más acertado aunque sí cuando se refería al movimiento, al gesto, que más que metáfora resulta absolutamente teatral. No faltaba su habitual tono sarcástico, afirmando que confía en que los separatistas "nos salven y voten en contra". Quizás, cuando esto se publica, el bloqueo haya acabado. Entre tanto sigue la incertidumbre y la inquietud o como sostenía Feijóo: "El independentismo quiere bloquear el Estado y a Sánchez e Iglesias no les importa".

Y en tanto lentamente se diluye la polvareda levantada por la sentencia de los ERE, la más escandalosa corrupción de la historia de la democracia española, persisten las ráfagas de distinto signo: por comparación -como si eso paliara la culpa- o por invocación de honestidades, que no justifican la permisividad de malversaciones y prevaricaciones -eran "plenamente conscientes de la patente y palmaria ilegalidad" perpetrada-, habilitando ayudas a jubilaciones de empresas en crisis prescindiendo de los legales procedimientos de adjudicación, pretendiendo ignorar la Intervención que advertía de su trasgresión. Una corrupción estructural que ha permitido una larga gobernabilidad y un grueso acopio de votos. Se dice que la sentencia es dura, demoledora. ¿Y el delito no lo es también? No es una vergüenza para Andalucía, lo es para quienes cometieron y permitieron tamaña fechoría.

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