Antonio Carrasco

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Djokovic nos pone ante un espejo

El lío alrededor de un señor que incumple unas normas dice mucho de la frivolización a la que estamos sometidos

El lío de Djokovic con la polémica absurda, interesada, demagoga y populista generada a su alrededor y todo el ruido mediático dicen mucho de nosotros mismos. Nos pone ante un espejo. El caso del tenista es aplicable a cualquier otro con vacunas o sin vacunas, con pandemia o sin ella. Al final es más la forma que el fondo, que parece ser la clave de todo hoy. Dice mucho de la frivolización constante a la que estamos sometidos. Todo es espectáculo, todo es superficial. Cuanto más ruido seamos capaces de generar, mejor. El análisis sobra.

No sobra un ingrediente. El padre por un lado liándola en Belgrado, las manifestaciones ante la embajada, el primer ministro australiano a las puertas de unas elecciones en su papel de duro y la organización del Abierto de Australia haciéndose la sueca para no asumir que sabía lo que estaba provocando. Eso sí, se obvian los dos detalles fundamentales para que nos perdamos en las aristas de las marchas solidarias y la victimización del infractor retenido. Todo sea por el espectáculo. Djokovic va a Australia porque le garantizan que puede hacerlo y lo hace a sabiendas de que incumple unas normas. La cuestión se sencilla. Hay alguien que no respeta las normas y unos cómplices de ello. Al final va ser el más sensato Nadal: "Djokovic ha tomado sus decisiones y tiene que pagar las consecuencias". Detrás de estas palabras del balear se esconde algo tan sencillo como que nadie está por encima de la ley y es lo último que parece importar aquí. Si comenzamos a hacer excepciones tendremos que prepararnos para el caos, porque detrás de Djokovic todos tendremos derecho a hacer lo que queramos.

A nadie le parecía raro hace dos años tener que respetar unas medidas sanitarias concretas cuando nos íbamos de vacaciones a ciertos lugares tropicales. Ibas a medicina exterior y te vacunabas. Y punto. Cada país impone sus leyes y las aceptas o no vas. Ahora en cambio todo se reduce a la simpleza de las cruzadas vacías. Djokovic queda convertido en la bandera de un determinado movimiento, sus paisanos encuentran sorprendentes afrentas nacionales a las que aferrarse y en los medios hay caldo suficiente para echar una semana de ruido. Es nuestro tiempo.

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