Estas navidades mientras la sociedad mostraba su estado de preocupación por la salud, por la economía y por sus mayores, grupos de jóvenes se congregaban en fiestas y reuniones por todo el territorio nacional, quizás la más llamativa la ocurrida en Cataluña donde una fiesta rave congregaba a miles de jóvenes prologándose por varios días.

A la llegada de la policía, ante semejante imprudencia, la respuesta fue falta de respeto a la autoridad, enfrentamientos y exigencias de sus derechos a divertirse por encima de cualquier otro motivo.

Este suceso no es muy diferente a lo que ha ocurrido, quizá en menor escala, en cualquier ciudad con relativa normalidad a lo largo de la geografía española esto es, fiestas ilegales en pisos, en locales o incluso en la misma calle, donde lo que ha faltado, aparte de medidas de seguridad, es empatía con la sociedad, sentido común y conciencia de la situación de pandemia y lo que ha sobrado es despreocupación por las consecuencias, deseos de diversión y egoísmo.

Todos estos jóvenes, que por supuesto no son todos, lo que tienen en común es que han sido formados en las premisas de la LOGSE, una ley que se fraguó en los años noventa en la nueva teoría de los psicólogos y pedagogos de moda, que preconizaba que el aprender tiene que ser siempre divertido, y que los deberes y el trabajo previo a las clases es una privación de la infancia y que por tanto el esfuerzo no trae más recompensa que el no hacer nada. En paralelo a los docentes se les limita la autoridad frente a unos alumnos concienciados en sus derechos teniendo, en muchos casos, que dedicar su tiempo a dos funciones, una la formativa y retribuida por su contrato pero otra no retribuida y por tanto bienintencionada y voluntariosa, en educar como única herramienta para intentar obtener resultados de la primera.

La educación es algo que se debe traer de casa y al colegio hay que ir a formarse, estos comportamientos de hoy son en gran parte consecuencia de aquellos padres que hicieron dejación de sus funciones y delegaron en papa estado no solo la formación sino también la educación, despreocupándose de enseñar valores para que sus hijos sean respetuosos, responsables y trabajadores.

Por supuesto no todos los jóvenes presentan estas actitudes, los hay magníficos, educados y colaboradores, todos aquellos que su entorno familiar se ocupó de que recibieran esta educación, aquellos que sus padres y madres se preocuparon de trasmitir parte de los valores que a su vez ellos recibieron de los suyos, como se ha hecho a través de los tiempos y en esta educación en valores no interviene ni la clase social, ni el dinero, ni estudiar en una escuela pública o privada, ni por supuesto se necesita tener estudios de ningún tipo, solo se necesita ser buena persona y transmitir lo mejor de ti a los que están llamados a sustituirnos en este mundo.

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