La distopía, un género que tanto se ha cultivado en los últimos tiempos en la literatura y el cine, sobre todo con películas de gran éxito, especialmente la trilogía iniciada con Los juegos del hambre (2012), basada en los libros de espectacular predicamento de Suzanne Collins, se ha impuesto en las novelas y por esa misma notoriedad en la pantalla. Entre las muchas opiniones sobre la distopía recuerdo una bastante inquietante: "Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse, un sistema de esclavitud donde, gracias al consumo y el entretenimiento, los cautivos tendrían el amor de su servitud".

Si bien el término distopía es contrario a la utopía y se considera como una utopía negativa en la que la realidad discurre por derroteros antitéticos en las antípodas de una sociedad ideal, hay aspectos de nuestro tiempo y acontecimientos actuales que nos sitúan en un auténtico estado distópico. Muchos estarán pensando en la situación que ha vivido -y en cierto modo sigue viviendo- Cataluña después del desafío separatista de los nacionalistas y en particular su líder, el fugado Puigdemont, protagonista de acontecimientos verdaderamente delirantes. Tanto que ha merecido formar parte del llamado palmarés del Putin's Champion Award, un galardón que otorga cada semana el think thank European Values, de la República Checa, para premiar al político o personaje público que hace gala de una mayor amabilidad hacia las políticas rusas y del que ya forman parte Marine Le Pen y Julian Assange.

La despreciable farsa del nacionalismo que pretende adulterar su propia historia, convencer a los catalanes de que España les roba, que la UE reconocería de inmediato su república independentista, sus constantes coacciones y victimismos y tantas otras patrañas, más las mentiras que ahora propala el grotesco, paranoico y mesiánico Puigdemont, que vaga como un espectro por las calles de Bruselas, escenifican esa sensación irreal y extraviada, deparada por esa irresponsable y enloquecida fanfarronada soberanista, causa de irreparables daños para una región antes próspera y emprendedora.

Y si no fuera irritable el cinismo del destituido presidente y sus consejeros, capaces de pasar de la eurofobia a la eurocrítica, el euroescepticismo y la eurofilia en un santiamén, ahí están los equidistantes de costumbre con sus inquietantes alineamientos y ambigüedades: "Mr. No": Pedro Sánchez -amenazando con subir impuestos si gobierna- y el bailarín Iceta, proponiendo el desastre de crear 17 agencias tributarias; Pablo Iglesias y su recurso al 155 o la alcaldesa Carmena -la de las calles peatonales de dirección única- absteniéndose a la hora de manifestar su apoyo al Estado de derecho en España. ¡Un auténtica distopía!

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