La ansiada estabilidad está en peligro. Sin que los españoles lo hayamos decidido y por aplicación de una norma contemplada en nuestra Constitución, de la noche a la mañana y desde el pasado 1 de junio, nuestro Gobierno es otro, en minoría y sostenido por populistas, con sus correspondientes confluencias, nacionalistas, independentistas y filoetarras o proetarras. Veintidós instancias políticas -lo que alguno ha denominado la alianza frankestein con los peores enemigos de España- que hacen muy difícil la gobernabilidad. Mientras unos se lamentan de la exagerada atomización de partidos, que otros celebran como antídoto eficaz ante el odiado bipartidismo, especialmente por parte de esos partidos de aluvión y de extracción residual, son muchos los que lamentan no haber desterrado esa nefasta ley electoral que favorece el voto nacionalista y minoritario, que con la mitad de sufragios consigue el doble de diputados que un partido de implantación nacional. Así nos encontramos con este panorama incierto que plantea considerables dificultades en la gobernación.

En este trance gubernamental un cambio de alianzas, tan habitual en política, no siempre funciona. Sobre todo si uno está en minoría. El gobierno ("gobierno marketing", según algunos) entonces es como un submarino con combustible prestado que navega en un proceloso y embravecido océano amenazado de andanadas y cargas de profundidad en forma de peticiones de comparecencias, exigencias y reivindicaciones, justas algunas, injustas otras y hasta ilegales. No faltará el voluntarismo de muchos analistas. Los mismos que enterraron al presidente, que ahora han resucitado en la gloria.

En Huelva y entre otras perentorias expectativas -no olvidemos la problemática de las playas- hay dos cuestiones bastante inminentes. Una se refiere a la tan traída y llevada alta velocidad y las comunicaciones, tras las promesas del anterior ministro de Fomento, que habrá que trasladar al nuevo, José Luis Ábalos, y otra la de los fosfoyesos de vuelta al primer plano, que habrá que plantear a la nueva ministra de lo que ahora se llama Transición Ecológica, Teresa Ribera. Lo que se apresuraba a apremiar la Mesa de la Ría, que solicitaba su presencia en la reunión de la Mesa de los Fosfoyesos. Para este grupo municipal "el hecho de que el primer acto oficial de la ministra sea el de intervenir en la problemática de los fosfoyesos de Huelva, dejaría clara la voluntad del actual Gobierno español de alcanzar una solución para este grave problema". Prematura pretensión.

El ciudadano, que ansía estabilidad, por el momento bastante endeble y amenazada, sueña con ese partido en que el árbitro, el mandatario que rige los destinos de un país en este caso, pase absolutamente desapercibido. Señal de que todo va bien. Algo que en España no pasa desde hace mucho tiempo. No es posible la normalidad, la estabilidad, el equilibrio… Hay demasiada crispación, incertidumbre y escepticismo.

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