Cambio de sentido

Dientes

No tener con qué roer un garbanzo no es vida. Arreglarse la boca es para mucha gente una quimera

Aún no han llegado del todo los nuevos tiempos y aún no se han ido del todo los viejos. La sensación de habitar en el umbral, en una casapuerta temporal que conecta una etapa y otra, la siento (la sentimos, quizá) en lo personal, pero también en las transiciones sociales, políticas, en la mentalidad. En los tránsitos entre lo uno y lo otro confluyen lo que se está yendo y lo que empieza a llegar. Todo esto tan sesudo lo traigo para hablarles de dientes. Las dentaduras son la imagen -casi un símbolo- de esto que cuento.

Por la radio suena un anuncio de una clínica de implantes que me pone los pelos de punta. "Campaña de ayuda al desdentado total", reza la voz, y en mi mente se forja la durísima imagen de quien ha perdido, uno a uno, todos los dientes y no puede costearse una postiza. La promo oferta dos implantes (no sé si es preferible tener dos dientes o ninguno). Del tirón me acuerdo de mi abuela -más de una vez hemos tenido que volvernos del restaurante porque se había olvidado la dentadura naufragada en un vaso- y de sus vecinas, de un extenso número de personas mayores y no tan mayores de nuestra tierra que se han dejado los dientes embarazo a embarazo, en las hambres posbélicas, en qué vida más perra. Siempre me ha parecido un escándalo que la sanidad pública se quede tan cortita y sin sifón en las cosas de los dientes. La salud no es sólo no estar malo, la salud consiste en estar bueno y gozar de cierta calidad de vida. No tener con qué roer un garbanzo no es vida. Arreglarse la boca, no ya por estética sino para poder comer, sigue siendo para mucha gente una quimera.

Esta realidad contrasta con el porvenir que ya está aquí: mayores hercúleos con dentadura americana, con la sonrisa como una valla blanca. En los telefilmes de por la tarde nos parecen tan normales, pero en vivo, e incluso en las publicidades de los planes de pensiones -que tanto tiran de bancos de imágenes-, nos descolocan. "Para mí que se ha puesto dientes de más", se malicia y me relata por lo bajo mi tía, mientras otea en lontananza a una conocida cuyos nuevos dientes son perlas, que dirían los poetas malos. Entre un futuro con viejos -quienes de nosotros mismos gusten y puedan costeárselo- de pechos turgentes, pelos importados y la piñata de Joe Biden, y un pasado -nuestros mayores- sin dientes ni nueces, este presente inmediato en el que afirmo que la dignidad también reside en que cualquiera pueda masticar su pan, aunque sea duro.

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