Vivimos en un entorno que adiestra en ir haciendo elecciones en cualquier etapa de la vida. Se elige entre colegio público o concertado y, una vez allí, entre Religión o Valores Éticos, o entre francés o inglés. Irremediablemente se obliga a los niños a decantarse entre el Madrid o del Barça. Nos preparan, desde el nacimiento, para afiliarnos a una de dos opciones posibles y dicotómicas. No cabe el pensar que pueda interesar la Religión, además de la Ética, o que se tenga aptitudes para estudiar dos idiomas con el mismo interés. Será que afiliarse provoca la seguridad de sentirse parte de un grupo y aporta un necesario sentimiento de corporación.

Así, ¿a quién puede sorprender que, antes incluso de conocerlas a fondo, haya que inclinarse entre ciencias o letras a la hora de decidir qué Bachillerato cursar? ¿A quién puede asombrar la decisión de que los estudiantes de ciencias estudien materias científico-técnicas y los de letras se dediquen a las ciencias sociales? Admitido este hecho, ¿a alguna persona con responsabilidad en la actual política educativa se le habrá ocurrido pensar en las consecuencias de esta decisión?

La nueva prueba de selectividad, o reválida que la Lomce contempla para el Bachillerato, a fin de contentar a amigos y enemigos de dicha ley, resuelve que las asignaturas de Primero de Bachillerato no formen parte de la prueba sin importarle que se queden en el camino importantes conceptos relacionados con la filosofía, la literatura o la economía. Se refuerza la idea de que los aspirantes a carreras de ciencias demuestren conocimientos en ciencias y los de carreras de letras los muestren en ciencias sociales. Los responsables políticos no quieren enterarse que la filosofía enseña a pensar y a madurar el desempeño de la reflexión (algo que también hacen los ingenieros). No quieren admitir que con la literatura se pueden expresar sentimientos, pensamientos e ideas mediante palabras y es, además, una fuente inspiradora de otras ideas (que también necesitan los científicos). No se atreven a reconocer que la economía, más que enseñar a gestionar los recursos, analiza el comportamiento humano ante los mismos (y que conviene también a los técnicos).

El último ramalazo de la ley del PP se aleja del concepto de "hombre renacentista", controlador de técnicas y artes. Pretende acabar con la idea de persona culta que se mueve entre signos matemáticos y poéticos, capaz de calcular distancias y disfrutar con una obra literaria.

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