PUDO ser por azar o por saldar una deuda editorial, o de simple amistad y confianza. O sólo Dios sabe por cuántas y tan poderosas, ….o tan ingenuas razones. Fuere como fuese, se dio a los moldes de imprenta en el momento más apropiado del calendario anual; pues no hay otro mes del año que reúna las condiciones y propiedades del último. Para una obra, en la que la simbología no es una anécdota, ni siquiera un ingrediente sustancial, es su clave interpretativa categórica e imprescindible para entenderla y para sacarle todo el jugo que expresan sus capítulos, más allá de su desbordante lírica apariencia.

Ocurrió justo, cuando el año nos rinde cuentas de sí mismo y es bisagra entre el pasado reciente y el futuro inmediato. Tren raudo y severo de melancolías y añoranzas, que repasa nuestra mente, y estación que nos anuncia enlaces con otros destinos que hemos soñado, y que nos animan a emprender nuevos propósitos, o a retomar viejas y poderosas razones de esperanza. Cuando una parte de lo viejo de nosotros fenece y alumbramos la inocencia de nuevos empeños, y el amanecer de nuevos propósitos, y la determinación, quizás, de un nuevo rumbo. Un tiempo en el que la pena y la alegría andan, a menudo parejas… como las orejillas del burrillo de Moguer.

En el mismo mes que vino el poeta al mundo, cuando el almanaque se empina y se hace buena nueva para los cristianos de todo el orbe conocido. A veinticuatro horas escasas de la Nochebuena, aunque a el siempre le gustó situar su alumbramiento en este señalado momento, de resonancias históricas universales. Aquel que vivimos en medio de claroscuros sociales, como los que el poeta nos denunciara… y quisiera mitigar con la presencia del mismísimo Platero, en su capítulo titulado, Navidad: "¡La candela en el campo! Es tarde de Nochebuena, un sol opaco y débil clarea apenas en el cielo crudo, sin nubes, todo gris en vez de todo azul, con un indefinible amarillor en el horizonte de Poniente (….) Y los niños del casero, que no tienen Nacimiento, se vienen alrededor de la candela, pobres, tristes, a calentarse las manos arrecidas(…). Yo les traigo a Platero, y se lo doy, para que jueguen con el". Situado, entre la muerte y la vida. Después de que nos evocara la muerte de "mamá Teresa", su abuela materna, y antes de que nos describiera el lugar de su nacimiento, en "La calle de la Ribera".

Cuando también vino al mundo -acabamos de saberlo- el personaje secundario principal de la obra, el hijo de un francés avecindado en Almonte, Juan Darbon Díaz; el médico del ilustre pollino, que recibió las aguas del bautismo en la parroquial de la Asunción, en la víspera de la Purísima del año 1837, antes de que el Dogma de la Inmaculada Concepción de María se hubiese materializado definitivamente, un 8 de diciembre de 1854. El mismo mes que conoció el declinar de su existir, setenta y siete años después, en 1913, poco antes de que entrara en el parnaso de la literatura.

Diciembre, en un mes tan juanramoniano, vio la luz su obra más popular, la más conocida, Platero y yo; la elegía andaluza, que cerró su primera hora creativa y lo abrió a nuevos estadios de creación literaria; la que lo acercó al gran público y la popularizó y lo llevó a los cinco continentes, contribuyendo de forma tan decisiva a la consecución de su Nobel Literario. Suprema distinción que obtuviera un día 25 de octubre de 1956, cuando su propia vida iba a entrar en diciembre, en el final de su ciclo vital, acelerado vertiginosamente por la muerte de Zenobia, pilar y sustento de su vivir; en el invierno más crudo de su exilio puertoriqueño. Cuando su propia obra vislumbraba nuevos horizontes y posibilidades y el regreso a su amada España, la que nos invita a cambiar poéticamente en "Platero y yo", empezaba a ser una opción menos remota. Diciembre.

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