Un día por fin salió de su encierro, mucho tiempo sin poder ver nada que no fueran las cuatro paredes de su habitación. Cogió las llaves de casa, un paraguas y algo de dinero. El cielo intermitente traía nubes y sol, sol y nubes: ella quería que lloviera. Empezó a andar con el pulso acelerado, ansiosa por lo que tanto echaba de menos: respirar aire puro, andar junto a otras personas y sentir que llevaba el mismo camino, la misma dirección. Todo le resultó embriagador, lleno de magia. Vio la belleza en un mechón de pelo que bailaba al compás de los pasos de una señora que iba a su lado, como en cámara lenta. Se cruzó con la sonrisa de una niña que disfrutaba de un chupachups y con el kiosquero que le daba los buenos días al que compraba el periódico. Se paró para escuchar a un músico que tocaba el violín en la esquina esperando alguna moneda y al cruzar la calle vio esa puerta azul que tanto le gustaba: antigua, de madera. La vio más azul que nunca, como si estuviera recién pintada. Empezaron a caer las primeras gotas, pero no quiso abrir su paraguas; tanto tiempo sin sentir, sin ver ni oír ni escuchar… Mucho tiempo sin poder ver nada que no fuera las cuatro paredes de su habitación.

La lluvia la acompañó mientras paseaba y de repente unos ojos llorosos le clavaron la mirada, una mirada glacial llena de tristeza: un grafiti de un oso polar nadando coge toda una pared en los bajos de un edificio. Está llorando, seguramente porque su mundo está en peligro. El hombre y su ego, su ambición, su maldad. Las noticias, la guerra y los pelos de punta. ¿Cuándo se va a acabar? Abrió su paraguas: ya no se quería mojar, le entró frío. Siguió andando fascinada por la fuerza de una imagen; azules y blancos contando una historia y gritando socorro.

Parece que fue su día de suerte, parece que le iban cogiendo de la mano unos y otros para que no volviera a ver las cuatros paredes de su habitación las 24 horas del día. Prosiguió con su camino con la mirada alta y el paso seguro.

De repente chocó con un chico que andaba hacia atrás mirando lo que estaba pintando en la pared: se acercaba, pintaba algún trazo y volvía a alejarse. Le pidió disculpas y le preguntó si podía ayudarle: ¿Qué te imaginas cuando miras lo que he dibujado? Se quedó a su lado, mirando la obra un buen rato sin pestañear sintiendo que era ella la protagonista de su obra. Un nudo en la garganta, lágrimas pidiendo audiencia. Lo miró a los ojos y le dio las gracias: cuenta mi historia y cómo voy a salir victoriosa de ella.

No te voy a contar lo que vio porque seguramente no será para ti lo mismo que fue para ella; tú verías algo diferente. Así es el arte, la belleza que cura el alma. Está en todo lo que nos rodea, visible para algunos e invisible para otros. A ella le sacó a la calle. Un día tras otro pudo disfrutar del sol, de la lluvia, de las nubes y de los buenos días del kiosquero. ¡Que no baje el telón, que no pare la música! No guardes los pinceles: esta obra está sin terminar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios