Despiste

Un despiste, afirmó el padre.Yo le creo y no digo ni diré una sola palabra que por asomo parezca crítica

Aquella mañana el despertador sonó a la misma hora de todos los días. Él se levantó, como siempre, al instante, y minutos después estaba ya vestido para salir. Se tomó un café de pie en la cocina de su casa y urgía a sus tres hijos mayores a terminar de arreglarse para no llegar tarde al colegio. Su mujer le apremiaba y él hacía lo mismo con ella. Él estaba encargado de dejar a la más pequeña en la guardería. Terminó su café, salió escopetado para el coche y enfiló el camino de la guardería. Por el camino fue recomponiendo el día de trabajo que tenía por delante. La gente con la que tenía que hablar y los temas que estaban pendientes de rematar en la oficina. Llegó a la guardería, aparcó el coche y cuando salía para abrir la puerta de atrás y coger a la pequeña sonó el teléfono. Al otro lado alguien le hablaba de urgencias, de necesidades imperiosas y de asuntos a concluir a la mayor brevedad posible. Se ensimismó con su interlocutor, puso rumbo a pie hacia la oficina y olvidó a su hija de un año en el interior del coche. El resto de este relato imaginado ya lo conocen ustedes. La pequeña falleció deshidratada y sofocada por las altas temperaturas que el coche cogió en el aparcamiento. Un despiste, afirmó el padre inconsolable. Yo le creo y no digo ni diré una sola palabra que por asomo parezca crítica. Desgraciadamente ha sido un despiste, letal, pero despiste. Pero hay que preguntarse un poco más. ¿Qué clase de vida estamos llevando para que este suceso no sea único? Ya ha ocurrido más de una y de dos veces. A mí me ha impresionado sobremanera y por eso lo traigo hoy como tema de esta columna.

Cualquiera de nosotros tiene una agenda realmente atiborrada. Hasta mis amigos jubilados están hasta las cejas de ocupaciones y de obligaciones. Ante este hacer, hacer y hacer, hay que parar, parar y parar. Hay que soltar fardos por la borda. Nuestra nave no puede con lo que lleva encima. O tiramos carga por la proa o nos vamos a pique. A mí, personalmente, me tocan las narices los políticos, los periodistas, los médicos, mis colegas, y cualquier comunicador público de los muchos que están empeñados en tener a los jubilados ocupados, sobrecargados y archiestimulados. Dicen que para tenernos activos. Déjennos en paz de una vez. Ya somos mayorcitos y sabemos muy bien en qué y en dónde emplear nuestras horas. Entre otras cosas, como todos, necesitamos algo de tiempo para no hacer nada, pero nada. Cuando se está relajado, desagobiado, destensado, justamente ocupado, no tenemos despistes. Pues eso.

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