Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Despido

Insomne en las primeras horas de la vida de parado, en el estreno de lo que resta de vida, sin nada que hacer

3:54. Escuchando a The National. Con la certeza de que soy la única persona despierta en el pueblo. Seguro que es así. Todos los demás duermen. Aquí no se trasnocha. Y aquí no se escucha a The National.

Hoy ha sido mi último día en la fábrica. Me han llamado al despacho del jefe de Recursos Humanos. Sabía para qué era. El jefe de Recursos Humanos estaba en su sillón ergonómico al otro lado de la mesa. Al entrar me ha venido un olor a fogata.

¿He puesto el disco de The National porque sus canciones son idóneas ahora, adecuadas para la primera madrugada como desempleado? ¿Una banda sonora del paro? No sé. Suenan tan melancólicos como reconfortantes.

El jefe de Recursos Humanos apenas pasa del 1,65. O sea, un hombre de algo más de metro y medio. Mi mujer dice que a los enanos -los llama así- no se les da mal ser unos cabrones. "Como Franco, que era un enano". Sus opiniones son así: contundentes. Puedo rebatirlas, pero no voy a conseguir nada. Va a seguir pensando lo mismo de los enanos hasta el final de sus días. Yo no creo que las buenas y las malas intenciones tengan que ver con la estatura de nadie. Estoy seguro de que hay retacos bondadosos, cariñosos, amables, simpáticos, desprendidos. Ella no lo cree y me dice que yo soy un sentimental, un blando, que lo que me ocurre es que los enanos me dan pena. En absoluto.

A mí lo que no se me va de la cabeza es ese olor a humo que me llegó mientras me comunicaban el despido, como si estuviera en medio de un descampado en el que quemaban algo. Pero en el despacho hacía mucho frío, o al menos yo lo tenía, y casi temblaba, igual que encerrado en un nave frigorífica.

The National empiezan Runaway. Estoy solo en el pueblo. Mi mujer se ha quedado en la ciudad. Ella tiene que trabajar. Ella sí tiene un empleo. Yo he cogido el coche y me he venido hasta aquí, a pasar mis primeras horas como un hombre con una mano sobre otra. En cuanto entré en la casa puse un mensaje en el móvil, como habíamos quedado: "Ya he llegado. Todo bien. Te quiero. Un beso". Después lo dejé sobre la encimera de la cocina y me quedé quieto, esperando el parpadeo. Tardó poco. Leí su mensaje: "Y yo a ti. Que estés bien. Descansa".

Pero sabe que voy a estar despierto toda la madrugada. Insomne en el estreno de mi vida de parado. En las primeras horas de lo que me resta de vida, sin nada que hacer.

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