Para muchos acabó el Carnaval, que en Huelva se reduce a una mera competición de comparsas, murgas, cuartetos, coros y chirigotas, que, al parecer, este año no se ha distinguido por atraer al público. Pero ¿cuándo no es carnaval?... Estamos en pleno apogeo de la precampaña electoral que en cierto modo es otra carnestolenda donde compiten el postureo -esa horrenda denominación-, las promesas que no se van a cumplir, los embelecos para convencimiento de incautos, engañabobos y autocomplacientes con carnet, con ausencia absoluta de autocrítica. Es más, se quitan o se ponen caretas. Ahí tienen a la que fuera presidenta de las Cortes de Castilla y León, Silvia Clemente. Dijo en 2016, que "votar a Ciudadanos es tirar el voto". Hace unos días dimitía y fichaba por los de Albert Rivera. No es la única.

Otra de las más solemnes y escandalosas simulaciones la tenemos en el mismo Tribunal Supremo, que en su complejo desarrollo y a través de las intervenciones de los propios acusados, ejecutores del proceso separatista, y sus correspondientes abogados -auténticos inquisidores para algunos testigos-, adolecen de un nivel realmente preocupante y del todo decepcionante. Y todo ello además de su sarta verborreica de falsedades, provocaciones, injurias, mitificaciones, deformaciones, instrumentaciones intolerables y otras barbaridades con el más perturbador descaro, elaborando una realidad paralela absolutamente inadmisible y patética. Ya lo decía Xavier Rius, director del digital E-noticias: "El día que hagamos el análisis del factor humano del proceso, nos quedaremos asombrados". Difícil resulta ya que nos pueda desconcertar cualquier actuación de estos indeseables nacionalistas.

Con la misma careta de la hipocresía y no menos descaro contemplamos el espectáculo lamentable de socialistas, podemitas, independentistas et alia, negándole el aplauso al presidente de Perú en su condena en el Congreso de los Diputados al régimen del dictador Maduro y apoyo a Guaidó. Siempre pensamos con conciencia de demócrata libre que todas las dictaduras son igualmente despreciables, abominables y condenables sin excepción. Pero todo es posible cuando no hay pudor, cuando desde el anuncio de elecciones, el presidente lo aprovechó con absoluta gratuidad y desparpajo para hacer campaña electoral, para desplegar toda una andanada de propaganda política, para disponer de una batería de decretos leyes con el más descarado y sectario dispendio de dinero público sin limitaciones para encandilar a las clases populares. Una costosísima campaña con tal de conseguir el voto fácil, perpetrando un auténtico desacato a la moral política. Una petulante y trapacera publicidad electoralista sin que le cueste un duro a su partido y que pagamos todos los españoles. Todo un derroche con el disfraz engañoso del beneficio social. Y ello cuando la CE amonesta a España por su elevada deuda, desempleo y alta temporalidad laboral.

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