La otra orilla

Javier Rodríguez

Derecho de rotura

Hace casi veinte años que la conocí. Empezaba a disfrutar de los primeros beneficios penitenciarios, esos permisos de seis días que no debieran entenderse como eso, como beneficios, si no como un paso esencial en ese proceso para lo que se supone que tenemos la cárcel, para la preparación para la vida en libertad. Su punto de partida en ese proceso era más qué difícil. Es verdad que para entonces, después de varios intentos que incluían una etapa en Proyecto Hombre, ya había dejado la droga. Es verdad que para entonces quedaba muy lejos la violencia machista sufrida. Pero aún quedaba tiempo en prisión, causas pendientes y ni un euro en el bolsillo. Y vendrían muchas barreras, mucho esfuerzo por soportar un trabajo duro y no muy bien pagado, el duelo por la muerte de la pareja por esa otra enfermedad, el cáncer, que sigue matando a cientos de miles de personas a lo largo de todo el mundo.

Es verdad que le ayudaron con la posibilidad de formarse en un curso que le permitió acceder a un trabajo, con un piso de acogida en el que dio sus primeros pasos en la calle tras su puesta en libertad, con el paro de excarcelación… Es verdad que recuperó los lazos con la familia y que a lo largo de estos años ésta ha sido un apoyo muy importante. Pero nadie puede decir que le han regalado nada, ha trabajado como "una mula", aguantando dolores, estupideces y desaires a partes iguales. Si fuera verdad ese discurso que un diputado daba esta semana en el Congreso, en el que señalaba que la diferencia de rentas venía por los distintos niveles de esfuerzo, ella sería millonaria.

Esta semana me llamaba diciendo que tenía un problema muy grave y yo, recordando toda esa historia, me alarmé. "Se me ha roto la lavadora", me dijo y a mi eso me emocionó porque, pensé, la Constitución tal vez debía recoger el derecho a que nadie sufriera problemas más graves que la rotura de una lavadora, a que nadie atravesara los caminos por los que ha atravesado mi amiga y hoy, que pondremos la mirada en sesudos análisis sobre nuestro sistema constitucional, tal vez podríamos fijar la mirada en todas aquellas personas que se quedan en los márgenes o incluso fuera de todo ese debate y en cómo podemos ayudarles a que su mayor problema en la vida sea que se les ha roto la lavadora. Y que hagamos ese esfuerzo desde la conciencia clara de que, como nos demuestra la historia de mi amiga, es posible lograrlo.

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