La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Delgado, Cospedal y el Diablo Cojuelo

Las grabaciones de Villarejo, cual Diablo Cojuelo, desvelan lo que Delgado y Cospedal decían en privado

Poco de nuevo en lo que a las pasiones humanas se refiere. Por eso Homero, Esquilo, Aristófanes o Virgilio son tan coetáneos como si sus obras estuvieran escritas hoy. La técnica aporta medios más sofisticados para hacer lo que hacemos desde hace miles de años. Pero en sustancia los hechos son los mismos. Lo de Villarejo, que tan gravemente pone en cuestión la ética de Dolores Delgado y María Dolores de Cospedal, es tan antiguo como todas las ficciones en las que alguien o algo tiene la capacidad de ver lo que se hace y se susurra tras los muros y bajo los techos o -en este caso sumando la realidad a la ficción- tiene la habilidad de oír conversaciones que no deben ser oídas e interceptar y después desvelar mensajes comprometedores. De una parte están los espíritus y demonios fisgones y de otro los espías.

Los casi coetáneos Luis Vélez de Guevara (1579-1644) y Blaise Pascal (1623-1662) lo expresaron bien a través de la novela y el ensayo. El ecijano creó el Diablo Cojuelo que, tras ser liberado por un estudiante, lo lleva volando por los cielos de Madrid levantando los tejados de las casas para que pueda ver qué hacen y dicen quienes se creen a salvo de oídos y miradas. "Don Cleofás -le dice el Diablo-, desde esta picota de las nubes (…) te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española. (...) Y levantando a los techos de los edificios (…) se descubrió la carne del pastelón de Madrid (…) y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras". Pascal, por su parte, dejó escrito en sus extraordinarios Pensamientos: "Doy por sentado que si todos los hombres supiesen lo que dicen unos de otros no habría cuatro amigos en el mundo. Esto lo vemos por las disputas que originan los comentarios indiscretos que se hacen a veces".

Villajero levantó con su grabadora los tejados de restaurantes y despachos bajo los que Delgado y Cospedal se creían seguras (impunes) y su posterior filtración hizo que sus comentarios indiscretos fueran conocidos por la opinión pública. Lo que las debería obligar por imperativo político y ético a dimitir. Delgado no lo hará. Y Cospedal, ya se verá. Ambas tienen graves y sobrados motivos para hacerlo. Pero la situación de Cospedal es más comprometida tras el vuelco del PP. Paradójicamente acabará enterrada por las tierras que removió para enterrar el aznarismo.

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