La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Defensa de la cabaña

Lo peor de la tabarra del síndrome de la cabaña es que se arroja una sombra negativa sobre la de Thoreau

Se habla estos días del síndrome de la cabaña causado por los dos meses de reclusión. Consiste en sentir miedo a salir a la calle, a la vida social fuera de las protectoras paredes de nuestra casa o a realizar actividades que antes eran cotidianas. Ciertamente puede ser un problema. Que en esa buena película que es Cadena perpetua se representa de forma extrema: un anciano recluso se suicida al no ser capaz de vivir en libertad tras cumplir una larga condena.

Pero el síndrome de la cabaña -dejando a un lado ese caso trágico- puede ser tan negativo como su opuesto: la dependencia de la vida social, la incapacidad para recogerse en sí mismo, el miedo a la soledad que los psicólogos llaman isolofobia, eremofobia o autofobia. ¡Cuántas tonterías se hacen, compañías ingratas se aceptan o planes absurdos que en el fondo horrorizan se asumen por miedo a la soledad, al aislamiento social o a uno mismo!

Lo peor de la tabarra que se traen con el síndrome de la cabaña es que se arroja una sombra negativa sobre una palabra -cabaña- que para los admiradores de Thoreau tiene un sentido muy distinto. El 4 de julio de 1845 Thoreau -uno de los padres del pensamiento y la literatura americana junto a sus amigos Emerson, Hawtorne o Alcott- se fue a vivir a una pequeña cabaña que él mismo se construyó en un bosque junto al lago Walden Pond. Y allí pasó dos años de los que nació un libro extraordinario: Walden o vida en los bosques. Thoreau no escogió por miedo la soledad y el aislamiento (relativos: en la cabaña tenía sus tres famosas sillas -"una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad"- e iba semanalmente a la cercana Concord para comprar periódicos y vender las legumbres que cultivaba). "Fui a los bosques -escribió- porque quería vivir reflexivamente; enfrentarme solo a los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo lo que no fuera vida para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido".

Razones no tan distintas a las que llevan a otros a la clausura. Las aguas de Siloé tituló Thomas Merton el libro en el que narraba su vocación de monje cisterciense. Porque son las aguas que "fluyen en silencio" según Isaías quien, siglos antes de Thoreau, escribió: "en el silencio y la calma encontraréis vuestra fuerza". No se las demonice: hay cabañas y cabañas.

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