Decencia

Las kellys con su movilización han conseguido no ser unas trabajadoras explotadas sino un modelo de respeto

Se apropiaron con orgullo de una expresión que servía para ningunearlas, tanto por parte de sus jefes como de quienes se benefician de su trabajo. Son las kellys, las que limpian, las camareras de piso que deben dejar impecables entre 25 y 30 habitaciones diarias, trabajando a contrarreloj; las que arrastran pesados carritos por los pasillos sin recibir ni un saludo de los clientes; mujeres transparentes, como si no existieran, el último eslabón de la cadena de la flamante industria hotelera de este país. Y mientras antes de la pandemia el sector turístico rompía el techo de su cuenta de resultados, ellas cobraban menos de 3 euros por habitación. El truco se llama externalización de servicios y consiste en cargarse los convenios colectivos, un regalito más de la reforma del 2012 en su firme empeño por extender la precarización y la explotación laboral.

Hace unos años estas trabajadoras invisibles salieron a la luz, se convirtieron en asociación y formaron grupos por toda España. Las hemos visto organizarse, empoderarse, resistir. Cuando sus demandas comenzaban a cobrar fuerza (demandas tan insensatas como tener vacaciones pagadas, por ejemplo), llegó la pandemia. Han tenido que volver a reinventarse, y algunas también se han arriesgado a buscar otras alternativas. Las kellys de Cataluña, hartas de esperar medidas laborales que no llegan, van a poner en marcha una central de reservas vinculada al sello de trabajo justo y de calidad: los hoteles con los que trabajarán garantizan que en ellos se respetan los derechos de los trabajadores y no existe explotación. La han financiado a través de una campaña de micromecenzgo que en poco tiempo ha logrado la cantidad necesaria para arrancar, lo que da idea del apoyo social a sus reivindicaciones.

Así que las kellys ya no son únicamente unas trabajadoras explotadas, invisibles y mal pagadas, sino un modelo de autogestión y respeto a los derechos de las personas: de decencia, en fin. Justo esta semana, el 7 de octubre, las organizaciones sindicales de todo el mundo celebraban el Día del Trabajo decente, una movilización global para reclamar un empleo en condiciones de libertad, igualdad y dignidad… o sea, esas realidades cada vez más raras en nuestra economía ultraliberal. El ejemplo de las kellys demuestra que es posible anteponer los intereses humanos a los mercantiles, que se puede generar riqueza sin renunciar al bienestar de la gente. ¿Habrá alguien decente que tome nota?

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