Dar de comer a los patos

Lo mismo que no puedes hablarde clase obrera desde un chalet en Galapagar, tampoco promulgues la honradez haciendo trampas

Hubo un tiempo en el que la gente se empadronaba donde hiciera falta con tal de meter al niño en el colegio de turno. Lo ponían a vivir con el abuelo, con una tía, un primo o con un antiguo vecino, daba igual, para conseguir la deseada plaza. La cosa estaba tan reñida que los papis se colocaban detectives unos a otros, y si no podían pagarlo ponían a la abuela, mismo, a vigilar al mentiroso. Ya saben: que si al niño lo recogen en coche, que si va en esta dirección o esta otra, que si en la casa no se encienden las luces… Ese tipo de pruebas. A veces la trampa quedaba al descubierto y les retiraban la plaza, pero otras, la mayoría, la cosa quedaba en empate y lograban alzarse con el Pupitre de Oro lo mismo el honrao que el tramposo. Eso sí: quedaba marcado como tal de por vida, supongo que viviendo durante años la terrible pesadilla de las miradas de reojo en la puerta del cole o, peor aún, el ninguneo en los grupos de Whatsapp de los papis. Una desgracia. La cosa es que me he acordado de aquello con el lío este de Olona, su empadronamiento en Salobreña, la investigación abierta (con asombrosa diligencia) por el municipio y el follón político posterior. Los de Vox, claro, victimizando a la alicantina y poniendo el grito en el cielo por la persecución que sufren, los pobres, por parte de los demás partidos: de los de siempre, que están calladitos porque ellos mismos han hecho la misma pirula otras muchas veces, y de los nuevos, que aprovechan para meter cizaña y sacar algún votillo que otro. Y andan a garrotazos entre unos y otros sin que nadie apechugue con sus propias miserias. La una, porque, por muy legal que sea, ha mentido a la Administración para tener los papeles en regla (fite tú las vueltas que da la vida…). Los otros, porque han demostrado una vez más que son tan irremediablemente torpes que, lejos de dejar que sus actos la retratasen, han procurado a Olona un papel protagonista que no tenía. Porque esa es otra: No se enteran de que con cada alerta fascista que lanzan, con cada debate superado en el que entran, con cada cordón sanitario que ponen lo único que consiguen es darles cada vez más votos a Vox, y digo yo que no será eso lo que quieren. Háganse un favor: si de verdad pretenden detenerlos dejen que participen, que gobiernen, que cogobiernen o lo que les toque hacer. Verán que cuando ya no tengan la posibilidad de aparecer como víctimas, como perseguidos, empezarán a florecer los desatinos y con ellos los malos resultados. Porque los españoles podemos perdonar que nos roben, que nos engañen o que nos insulten, pero no soportamos las contradicciones. Y lo mismo que no puedes hablar de la clase obrera desde un chalet en Galapagar o decir que eres un ciudadano de centro entre banderas preconstitucionales en la Plaza de Colón, tampoco puedes luchar contra el despilfarro autonómico contratando a un puñado de colegas ni por supuesto promulgar la honradez haciendo trampas. Porque si al final resulta que todos son iguales (que lo son, y si no ya lo serán), puestos a elegir, los españoles también somos muy de quedarnos con los que ya conocemos. Con los tramposos de siempre.

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