El 24 de junio pasará a la historia como un día infame. Esa mañana murieron decenas de personas y más de cien resultaron heridas, mientras intentaban atravesar las vallas que separan Nador de Melilla. Ese mismo día, Pedro Sánchez dijo que los migrantes actuaron con violencia. Lo mismo repitió el ministro Marlaska. Podrían haber dicho que el salto se produjo con dolor, pero sus palabras fueron otras. Y puede que ambos tengan razón. Los cuerpos doloridos de los migrantes golpeados, rechazados, muertos y amontonados vienen con mucha violencia en sus entrañas, en sus espaldas y en su piel.

Esta semana el Congreso ha pedido la comparecencia de Grande-Marlaska. Este ha vuelto a insistir en lo que ya había declarado en junio. Y nos hemos enredado en si los muertos estaban a un lado o a otro de la frontera, como si ese detalle tranquilizara nuestra conciencia de vigilantes de la seguridad occidental. Poco nos importa el dolor con el que llegan, poco nos importa que no hayan podido aliviar su duelo. Los cuerpos de los migrantes asesinados se enterraron sin autopsias, sin identificación, sin contactar con familiares, sin plantear siquiera la repatriación de los cadáveres. A Pedro Sánchez, al Ministro del interior, y al gobierno de Marruecos se les olvidó la sensibilidad.

Nada de lo ocurrido en Melilla, como dice el jesuita Daniel Izuskiza, fue por casualidad. Todo ello se inscribe en una serie de decisiones que, durante décadas, han ido apuntalando la externalización del control de las fronteras y su militarización. Marruecos ha recibido 342 millones de euros de la Unión Europea para frenar la inmigración irregular. Los euros cierran el círculo del dolor.

Sin embargo, las vallas fronterizas militarizadas, justificadas porque frenan supuestamente el efecto llamada, no solucionan el problema del dolor y la pobreza. Lo que logran es alentar rutas migratorias cada vez más peligrosas, favoreciendo el control de las mafias y generando más inseguridad y más muertes. El dolor de Melilla es una llamada a escuchar, a responder, a ser responsables, a actuar, a derribar muros, a tender puentes. A vivir desde la hospitalidad y no desde la hostilidad.

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