Resulta descorazonador ver imágenes de la Cumbre Climática. Todos esos señores y algunas señoras, cargos electos de sus respectivos países, gentes todas con capacidad de decisión, y con mando en plaza, que podrían, si quisieran o pudieran hacer mucho por frenar la emisión de gases, por reducir el consumo de energía, por evitar vertidos, frenar el consumo y mil cosas así. Pues toda esa gente andarán reunidos, mirando documentos traducidos, llamando a sus responsables políticos, haciendo encuestas, tachando y anotando en esos documentos que quieren aprobar el último día de la Cumbre.

Resulta descorazonador, y debería resultar esperanzador verlos trabajar, deberíamos confiar en que, sabedores de todo lo que nos jugamos, sabedores de primera mano de las consecuencias que en sus países de origen, o en los países vecinos, está teniendo el calentamiento global, sabedores de las muertes que estamos sumando, de los destrozos irreparables en el entorno, del previsible y muy inevitable ya colapso del planeta… pues eso: lo lógico sería pensar que van a tomar, en nuestro nombre, decisiones acertadas y de futuro, que eviten o al menos mitiguen el daño que estamos haciendo al medio ambiente.

Pero no: resulta descorazonador porque estamos casi seguros, el resto de habitantes del planeta, espectadores de esta Cumbre, que las decisiones van a ser ambiguas, sesgadas, inocentes, apenas ambiciosas, decisiones que no tendrán la necesaria fortaleza para frenar nada; y que en caso de que, en un gesto de valentía política, se tomen decisiones valientes bastará con no cumplirlas, con hacer de ellas papel mojado, con hacer moratoria tras moratoria hasta disolver completamente la decisión tomada.

¿Y entonces qué? Porque lo único que no nos podemos permitir es la desesperanza, el desaliento, la inacción. Convengamos que los políticos, regularmente reunidos y con todas las herramientas, documentos e información a su disposición no son capaces de hacer su trabajo. Convengamos que el trabajo que tienen que hacer es ineludible y que no podemos permitirnos, por simple subsistencia, dejarlo pendiente.

Así que la única alternativa que se me ocurre es que alguien haga por esos políticos lo que ellos no quieren hacer, o que ejerzan sobre ellos una presión más fuerte que la que ya están haciendo los lobbies. Es decir: que la ciudadanía consciente y medioambientalmente responsable se movilice de manera que no sea una opción seguir inactivos ante la crisis ambiental.

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