Los ideólogos del capitalismo han defendido siempre que la economía no tiene moral, que se rige por las leyes del mercado -ese ser omnipotente que nadie conoce, el dios de la nueva religión-, no se rige por criterios de moralidad o inmoralidad, que estas leyes del mercado tienen vida propia y funcionan automáticamente, que hay que respetar este funcionamiento, que la economía no debe pensar en el ser humano, que el mercado es éticamente neutro por naturaleza. Pero esto no es así, la economía es una ciencia humana, una actividad del hombre y, como tal, debe ser articulada éticamente. La justicia debe afectar a todas las fases de la actividad económica. Los componentes técnicos de la actividad económica no son ni deben ser los más importantes.

Situarnos de otra manera tiene otras consecuencias. Situarnos desde la justicia es respetar la dignidad de las personas. Una economía que no parte del bien común crea injusticia y no respeta la dignidad humana. Los precios no suben porque está en su naturaleza subir, suben porque hay empresas responsables de que suban. Los precios no son sujetos en sí mismos, no tiene capacidad de decisión. Hablar de leyes del mercado es eludir responsabilidades sobre las decisiones que se toman. Lo mismo pasa con los salarios. Con la alta inflación actual pierden poder adquisitivo y las familias y las personas se empobrecen. Son las empresas las suben los precios y las empresas las que no suben los salarios, aludiendo a los márgenes de beneficio.

Subir los salarios es una cuestión de justicia. Es justo que el gobierno suba el salario mínimo interprofesional. También es justo que aumenten a través de la negociación colectiva y de los convenios empresariales. En nuestro país hay muchos salarios bajos, insuficientes para vivir con dignidad, injustos. Es necesario buscar un equilibrio entre salarios y beneficios empresariales. Los costes de la inflación no pueden caer siempre sobre los trabajadores de este país. "Poner los beneficios, la máxima rentabilidad por encima de todo lo demás, como algunos pretenden, es una inmoralidad, una perversión del sentido humano de las empresas". Estas palabras son del Papa Juan Pablo II, poco sospechoso de socialcomunista. Y es que los beneficios deberían repartirse de una manera más humana. La finalidad de las empresas es prestar un servicio a la sociedad y cuidar de sus trabajadores y trabajadoras. Es una cuestión de la más elemental justicia.

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